lunes, 9 de mayo de 2011

"LA PEQUEÑA"

A la Pequeña le encanta la leche y corretear por la sala, cuando se cansa, la puedes encontrar en el sillón del cuarto de visitas, mirando a la nada, acariciando la muñeca que usaba mi madre. Hace poco, la vio la nieta de la señora que trabaja en casa. La Pequeña, deseosa de amistades de su edad, la invitó a jugar, la nieta que visitaba la casa por primera vez, se emocionó de contar con una compañerita y le pidió a su abuela que la condujera “allá donde la niña”, cuando le señaló el sillón, la Pequeña había desaparecido.

Varias veces siento que me miran desde el cuarto de visitas, el camino de mi dormitorio a la se hace interminable, mis sentidos se agudizan involuntariamente, quiero que todo pase rápido, mis latidos se aceleran y los ojos me lagrimean, podría aparecer una sorpresa y no sabría cómo reaccionar. No sé si será la Pequeña o la mamá, el papá o el niño los que me causan ese efecto, lo cierto es que esa es su guarida. Son toda una familia, sin embargo la Pequeña es la protagonista, la más feliz.

Por referencias conocemos que cuando no hay alguien en casa o cuando la empleada está sola algunas veces se ven las sombritas de dos niños corriendo desde el cuarto de visitas hasta la biblioteca, parece que jugaran a las atrapaditas, una vez que retornan por el baño de ese dormitorio, murmuran y se ríen contenidamente procurando no ser escuchados.

La Pequeña también aparecía en nuestros sueños como intentando decirnos algo, pero nunca lo había logrado, hasta que mi difunto tío, que es otro de los moradores, se le apareció a la empleada, mientras dormía presentando a la niña como una amiga que vivía entre nosotros, se despidió haciendo la recomendación de ofrecerle vasos de leche, que eso le encantaba. Nunca le hemos dejado un vaso lleno por miedo a las hormigas, pero la leche es infaltable en casa y todos consumimos buenas cantidades, de alguna manera supongo que eso compensa.

Siempre la he visto de noche en sueños, tengo terror de verla en vivo, pero ternura de imaginarla saltando en el día, alumbrada por los tragaluces aéreos, dando vueltas y vueltas, mientras su hermanito la observa tímidamente encogido, desde una esquina. Ella, siempre bien arregladita, con su vestido crema de flecos y flores, sus zapatitos de charol y las medias pantys, algo así como una niña de inicios de siglo XX. Sus dos moños castaños suben y bajan por su rostro, alborotando su sonrisa, su cara blanca como la leche se sonroja, mientras sus dos ojos caramelo vibran en éxtasis. Intempestivamente deja todo de lado recordando que tiene sed, de la nada mi tío aparece trayendo un vaso de leche helada, ella le sonríe y lo seca, quedándole un bigotito blanco, enseguida vuelve a revoletear, esta vez invitando a su hermanito, este reticente al inicio, acepta y juntos danzan y corretean, ríen como si jugaran en campo abierto hasta que caen extendidos y exhaustos en la zona oscura, la del cuarto de visitas. El bullicio ha pasado, se sienten giros en la cerradura de la puerta principal e ingresa cualquiera de nosotros ocupados en nuestros asuntos del mundo real.

Iquitos, 29 de setiembre 2010

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Humberto Saldarriaga

domingo, 8 de mayo de 2011

una tarde en Los Órganos

Terminadas la sobremesa y la siesta de rigor,
La vida sin presión me conducía hacia la playa,
Seleccionaba la música del instinto
Y me disfrazaba quitándome algunas ropas.
Mi piel blanca resplandecía
Y de algunos ángulos se veía dorada,
Me sentía hijo del Sol,
Abría los brazos extasiado
Y proseguía el camino largo y curvo.
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Escuchar canciones mirando el mar
Se convertía en la mejor forma para alucinar
Y dejarme llevar hacia recuerdos suaves,
Hacia ideas frescas, prometedoras.
Los matices de colores, los paisajes, las actividades y las rutinas playeras,
Todos sincronizaban como un eje armonioso.
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Por fin llegaba a la Punta
Allí donde los surfistas corrían tabla
Allí donde la playa era genial para bañarse
Allí donde saludaba a mucha gente y
Contemplaba a decenas de turistas excitados por la belleza del lugar
Me sentaba y meditaba , dibujando los pensamientos de mi subconsciente
O escribiendo poesías en cuadernos de dibujo,
Mientras otros encontraban placer en el agua y
Donde todos éramos cómplices del sol.
Esas tardes eran un privilegio,
Esas tardes son las que extraño.
Iquitos, 23 de abril de 2011

"Me quedé dormido"(relatos)

Cuando observaba a Marlene era como contemplar al mar, ambos son majestuosos, impredecibles, son universos cambiantes, a veces pacíficos, llenos de sol, exóticos, cordiales; a veces fríos, tormentosos, opacos, peligrosos y rebeldes. Todos la conocían como Mar, quizás por economía de palabras, pero también subconscientemente por la comparación descrita. Aunque siempre estuviera oscilando en comportamientos que la hacían parecer una loca, nunca dejaba de ser bella. Me atraía verla caminar desenfada, vestida de negro, moviendo la cabeza de lado a lado, su inmensa cabellera, greñuda, pelirroja, ensortijada dejaba ver los audífonos con los que se absorbía en la atmósfera de algún ritmo, así fue como la crucé por primera vez en el centro de Piura cuando se detuvo con su hermano a comprar hamburguesas, mientras yo deambulaba para no sumergirme en la angustia de vivir solo y sin empleo. Vestía un faldón y una blusa apretada, calzaba unas zapatillas All Star algo sucias. Parecía una underground, me llamó la atención por lo difícil que era ver a una underground bonita y de procedencia fina, sobretodo en una ciudad-pueblo como Piura. Mi amigo con el que caminaba hizo una mueca de asco al pasarla y me miró como para compartir su opinión, pero yo estaba absorto. Tiempo después la conocería en una fiesta, y no de rock precisamente, sino en el cumpleaños de su primo, ella fue el lunar de esa noche y yo fui su sombra, me olvidé del resto y descubrí que compartía muchas aficiones que el resto de asistentes ignoraba, como la literatura, el cine y la música. Esa coincidencia me era suficiente como para que el gusto pasara a ser una ilusión, ensayé varios halagos disimulados, pero ella fue inteligente y contundente al decirme: “escucha: esta canción me la dedicó mi ex novia”.

En lo que a mi respecta, siempre he sido un cazador, constantemente al acecho de nuevas presas, sin embargo, por la época en que conocí a Mar, la caza escaseaba y si la caza escasea, simplemente uno debe haber guardado pan para mayo y quedarse tranquilo, a la espera de mejores tiempos, pues emplees lo que emplees solo significaría derroches de energía. Felizmente tenía “panes” que me visitaban cuando lo solicitaba, pero me urgía “mejorar el rancho”, pues lo que disponía eran los rezagos de mi buena época. Recientemente había tenido algunas ilusiones que me habían hecho endurecer mi predisposición hacia el amor. Muchas veces pensé que estaba predestinado a andar errante y solitario. Cuando Mar me dio a entender que era lesbiana me golpeó la realidad, el cosquilleo en mi pecho desapareció y afirmé en mi cerebro que continuaría errante y solitario como siempre lo he sido. Sin embargo, me llevé la impresión de que ella no era la activa, sino la pasiva y eso significaba una ligera esperanza.

Un día, luego de frecuentarnos varias veces, de insistir en que ella no podía ser lesbiana y de escuchar los ruegos de su ex novia que le pedía volver a Lima, nos llegamos a besar, mirando las estrellas, escuchando música a las 5 de la mañana, tirados en la pista del condominio donde ella vivía con sus padres.

Besarla de esa manera fue sorpresivo. Esa noche yo había organizado un concierto de hip hop al que asistió con sus amigos, yo estuve avocado a lo mío y le perdí el rastro. Horas después coincidiríamos en las inmediaciones del grifo Mega, donde todos los piuranos jóvenes se juntaban a beber. Mar me ganaba tomando y cada vez que se picada cantaba a voz en cuello, cerrando los ojos. Algunos le seguían en coro, otros soltaban risas de burla disimulada, siempre lo hacía de forma lastimera. Luego recapacitaba y se iba sola caminando hasta su casa. Cuando nos cruzamos me hizo un comentario sobre mi indiferencia, y de por qué ya no la visitaba. Cerca de las 4 de la mañana recibí su llamada, no podía dormir, necesitaba hablar, estaba deprimida. Yo tampoco conseguía el sueño, así que me levanté y tomé un mototaxi hasta su casa. La encontré echada y con algunas lágrimas en los ojos, me invitó a acostarme a su lado. Tenía sus audífonos, esos que resaltaban entre su espesa melena. Momentos después no parábamos de reír con nuestras ocurrencias y por largos momentos nos quedábamos callados escuchando las músicas que posteriormente conformarían la banda sonora de mi vida por algún tiempo.

Al otro día, quedamos en que ella me visitaría, lucía un look hippie, lleno de energía con sus jeans acampanados, la blusa floreada apretada hacía resaltar sus caderas, sus pies estaban limpios y bien cuidados, eso me encantaba de una mujer. Parecía una actriz de cine con sus lentes ray ban modelo aviador, yo me sentía raro al verla, me puse nervioso. Nos saludamos observando alrededor, era mágico ser los únicos en la avenida, no había carros, no había gente, así que aprovechamos en darnos un beso rápido y sensual en los labios.

Conversamos varias horas en mi cuarto y escuchamos música. Como en un sound system, decíamos “apuesto a que no tienes esta”, y así turno tras turno nos dejábamos mensajes tácitos de lo que queríamos decirnos. Le enseñé mis pinturas, mi colección de películas, ella compartía las mismas aficiones, su ex enamorada era una pintora conocida en Lima. Al anochecer, miro su reloj y excusó que era tarde. Tenía razón, habían pasado las horas y yo no había hecho nada, a veces, es necesario ser sutil cuando la situación lo amerita, acá debía ir despacio para darle espacio a que ella mostrara su lado activo, sin embargo estaba desesperado, su piel blanca que bordeaba los escotes me excitaba, mi short parecía una carpa de circo. Yo cedía en esta batalla, pues cada vez que avanzaba ella recordaba lo horrible que habían sido sus experiencias con chicos, desde su primer enamorado contrario a lo vivido con las chicas, sobre todo con Andrea, con la que había durado 3 años. Hacía 5 que no había besado a alguien del otro sexo. Torpemente, mostré que no estaba siendo estratégico, pues no fui sutil y pregunté: “después de todo ese tiempazo, ¿yo soy el primero?” Ella se rio y admitió. Yo me sentí feliz de reconvertir a una lesbiana. La mayoría de veces he tenido reparos de coger a una chica de la mano, sin embargo con Mar no me sucedía eso.

Cuando mi boca llegó a su ombligo, ella comenzó a sacudirse, y todos los “no” que había recibido parecían esfumarse. Tenía un calzón bastante sexy, su monte de Venus no presentaba maleza, lo miré y me provocó besarlo. Hicimos el amor. Me vine rápido, justo después que me dijo que lo hacía rico. Yo quería otro más, pero ella tenía un compromiso familiar y ya estaba retrasada. Mi corazón quedó latiendo en su pecho. El preservativo chorreaba su contenido por el suelo, pues no me levanté para ir al baño a botarlo, quería quedarme y sentir lo suave de su piel. Ella tenía la voz gruesa, decía malas palabras y le gustaba jugarse de manos, pero era sexy, desnuda presentaba de manera exuberante todas sus curvas y caídas. Me resultó tierno ese momento, sentía sinceridad en el ambiente, callados nos mantuvimos durante algunas canciones, yo hacía nudos con su pelo.

Horas más tarde ella cantaba a voz en cuello, en la rueda conformada por amigos en común, la estación de servicios donde medio Piura tomaba era su lugar preferido. Me sentía seguro y feliz de estar con ella. No me interesaba si realizaba papelones en público, total yo también los hacía. Estuvimos de la mano y la noche avanzaba entre cervezas y ron, las músicas sonaban en diferentes ritmos, todas a volúmenes altos, desde varios frentes, la mayoría de carros tenía sus compuertas abiertas. En un momento determinado se sumaron otros amigos al grupo, uno de ellos se acercó, y me dijo, “brother, Mar está buena, parece media ahombrada, pero está como para meterle fierro toda la noche”. Sentí celos, disimuladamente ejercité mi hombría respondiéndole: “Yo me la caché hoy, es polvaso” En toda la frase, sentí como alfileres que inconaron mi espalda, volteé y ella dejó de mirarme, disimuladamente le hizo la conversa a otros amigos que estaban cerca de ella. Yo seguí actuando como si nada hubiera pasado. Minutos más tarde nos pasearíamos de la mano, pero cuando le dije para irnos a dormir, expresó su resentimiento reclamándome “Si quieres follar, consíguete tu perra, nunca pensé que hablaras así de mi, eres igual a toda la mierda de huevones que he conocido” Tenía razón, había sido un craso error, el mío. Me sentí predestinado a cagarla siempre con las chicas de las que me ilusionaba. Mis perlas iban desde frases desatinas, infidelidades, hacerlas esperar, plantones, etc… Era una cagada y en mis 25 años no me explicaba por qué mi cerebro hacía estos lapsus cuando todo iba bien.

Le hablaba por el Messenger y no me contestaba, fui a su casa bajo pretexto de pedir mis películas y salió la empleada a entregármelas, cuando coincidíamos en reuniones le buscaba la conversación, ella respondía amablemente, pero de forma monosilábica y cuando le tocaba el tema me objetaba cortante: “No tenemos nada de qué hablar, todo está cerrado entre nosotros, tú sigue con lo tuyo, yo con lo mío” Poco después la vi saliendo con un chico, luego con otro. Mi insomnio aumentó, me malhumoraba por cualquier cosa, a veces iba al grifo o a las discotecas, me tomaba una o dos cervezas y regresaba a dormir sin sueño o simplemente pasaba el rato observándola disimuladamente desde lejos. Me torturaba escuchando las canciones que le gustaban, me la imaginaba lastimera cantándolas con los ojos cerrados, moviendo la melena y haciendo el salud con la botella de cerveza.

Mar se fue a Lima por unos meses. Durante su estadía por la capital volvimos a conversar, pero lo hecho, hecho está. Andrea le pedía volver a gritos, ella lo dudaba, aún la amaba, me parecía increíble estar luchando el amor de una mujer contra una mujer. Finalmente gané esa batalla. Pedí perdón y me prometí no volver a ser tan estúpido. “Es la única oportunidad que te daré, no la cagues”, sentenció.

Me quedé dormido
Ya habíamos salido al cine juntos, a unos conciertos y a comer, su madre me trataba bien, al papá se le veía muy poco, aunque siempre resultó amable. Por si fuera poco un buen amigo mío comenzó a salir con su hermana mayor. Nos convertimos en un cuarteto para todos lados y yo seguía sumando puntos a favor, a veces nos tomábamos de las manos, a veces nos dábamos piquitos en público, nos sentíamos más cómodos, como si nos conociéramos de años, pero eso sí, nada de sexo, estaba castigado. Pasaron las semanas y un sábado había un evento en una discoteca. Decidimos ir. Cuando la fui a recoger, Mar estaba vestida lo más extravagante posible: llevaba un chuyo, al parecer hecho con sus medias, su faldón negro, el mismo de que cuando la vi por primera vez, también lucía sus viejas All Star, lo único que era apropiado era su blusa blanca pegada al cuerpo. En sí, la combinación no se le veía mal, había música y estilo en ella. Si Mar fuera un género musical sería grunge. Yo no soy formal para vestirme, pero ese día pasaba piola con una camisa a cuadros, un pantalón dril y unos botines CAT.

Llegamos solos y como es costumbre en Piura, los asistentes que estaban sentados en las mesas voltearon, hablaron entre ellos, daban a entender que comentaban sobre la nueva pareja que éramos y sobre nuestra forma de vestir: desentonábamos con el mar de camisas, pantalones, vestidos y zapatos que nos rodeaba. No me importaba lo que pensaran, estaba contento.

Reunidos en grupo, todos hicimos muchos saludes, mezclamos tragos, nos dejamos llevar por el ritmo de la fiesta. A las 8 de la mañana debía viajar a Sullana para un proyecto documental al que me querían contratar. O sea la iba a hacer de amanecida, pues si intentaba dormir, lo más probable era que no despertara a tiempo. No me podía exceder con los tragos, pero hacía rato que había transgredido la línea del “hasta ahí debo”. Cerca de las 5 de la mañana nos fuimos al grifo donde medio Piura continuaba la diversión. Nuestros amigos se fueron yendo y nos quedamos solos. Ya un poco picado insistí en ir a mi cuarto “para conversar no más”. Por supuesto, con la calle que Mar tenía, no me la creyó. Así que cada trago de cerveza significaba una excusa diferente persiguiendo el mismo objetivo. Al fin, advirtió. “Acepto conversar contigo porque quiero contarte mis cosas, nada más”.

Llegamos con un six pack de cervezas a mi habitación. Yo no tomaba tanto como Mar, hacía rato que sentía mi barriga llena y un amargo en la garganta. Me pasé el halls que había dejado olvidado antes de salir. Una vez echados, me puse “enfermo”, no estaba respetando la regla, quería hacerle el amor. Ella realmente me quería contar sus cosas, explicarme su bipolaridad, su lesbianismo, por qué el mundo era una mierda, por qué se quería largar de Piura, cómo eran los problemas en su familia. Sentía que Mar en algunos casos era una rebelde sin causa y exageraba, también intuía que iba ganando su confianza, pero la situación no estaba para cantar victoria aún. De esta manera, reformulé mi estrategia de cama y dejé de lado la idea de hacerle el amor. El sol ya estaba saliendo. Mar se había acabado dos cervezas, entraba a la tercera y yo iba por la mitad de la primera. “Chupa huevón”, me dijo. Sorbí un trago y sentí cómo pasaba al siguiente síntoma de mi ebriedad: el sueño. Ella me hablaba, y a mí se me cerraban los ojos. “Ey, te estoy hablando” y yo volvía a abrirlos. Así pasó varias veces hasta que no reaccioné más. Lo último que me acuerdo es que me subí encima de ella para evitar el sueño. Yo me había quedado en bóxer, uno de esos matapasiones que me iban desde el ombligo hasta la rodilla. Arriba de Mar me desparramé y no recuerdo más. Al despertar, tenía fiebre, el sol había madurado, la cabeza me explotaba. Sentí botones que me apretaban, estaba vestido con camisa y pantalón. Cogí mi celular y creo que la fiebre me aumentó de la impresión, era las 3 de la tarde. Supuestamente, a esa hora pensaba volver de Sullana. Grité “Mierda”, pero casi ni se escuchó, estaba ronco. Tenía más de 20 llamadas perdidas de la empresa que me había encargado el proyecto. Me paré para orinar y encontré una nota: “Olvídate de mí, fue la última vez”. Al costado todas las cervezas estaban vacías y varias colillas por el suelo. Había perdido trabajo, amor y salud de manera irresponsable, me sentí muy mal, vomité, reflexioné con cargo de conciencia y me quedé dormido. Al despertar ya era de noche, salí a comprar un agua al grifo de los piuranos que quedaba a una cuadra de mi pensión. Estaba vacío, así como yo me sentía. Poco después, me mudé de Piura por motivos laborales y ella regresó a su natal Lima, Mar volvió al lesbianismo, Andrea al final me ganó la guerra y yo continué errando de mujer en mujer, convenciéndome que estoy predestinado a la eterna soltería.

Iquitos, 16 de marzo de 2011