viernes, 27 de noviembre de 2009

Hipótesis producto de la ociosidad y de conversaciones existencialistas

Tengo una hipótesis, sobre el destino y nuestro camino en la vida.

La armonía y la lógica de la naturaleza nos hacen pensar que todo está escrito en esta vida. Sin embargo, nosotros somos los que transformamos lo creado, somos autores y dueños de nuestras acciones.

Se sabe que el mundo social gira en millones de direcciones distintas porque somos miles de millones de seres singulares. En esa constante se seguirá girando hasta que nuestro peso desequilibre a la Tierra y nos perdamos en el infinito, pero eso es otro tema. A lo que iba es que el mundo es una constante de unión y desunión de gente desconocida o conocida. Esta constante, primero fortalece las acciones hasta volverlas costumbre, pero pasado el tiempo, el hombre que es un ser cambiante, se aburre y la misma constante promueve el cambio. El motor del mundo siempre ha funcionado así desde su inicio y sin parar, aunque actualmente ese motor sea un caos, esté recalentado y sobrepoblado, sigue funcionando.

En ese sentido, las casualidades de la vida adquieren lógica, pero como entre lógica y casualidad no hay química, cuando se juntan, producen confusión, pues generan las más variopinta gama de matices, y de allí muchos pensamos en que nuestras vidas tienen un inicio y un final conocidos por algún ser omnipotente que nos maneja como marionetas. Pero si fuera así, no existieran las maldades en este mundo, pues este ser nos creó con todas sus fuerzas y se demoró mucho tiempo en hacer todo armonioso y a nosotros nos hizo a su imagen y semejanza. Ese ser no toleraría, el asesinato de una criatura que es su imagen y semejanza, realizado por alguien que a su vez es su imagen y semejanza y encima manipulados por él mismo.

Nuestra vida se alimenta de lo mágico y la lógica, que como reitero son dos polos opuestos, nunca han congeniado, una le agua la fiesta al otro y el otro prefiere ignorarla por aburrida, pero para que exista esta conclusión se supone que entre ellas siempre hay situaciones en las que se enfrentan, en una de aquellas situaciones, me encontré mirando aburrido el techo de mi cuarto, pensando en nada, encontrando dilemas propios de la ociosidad de un domingo, mientras me moría de sed, me percaté que las líneas de mis manos eran más notorias y estaban llenas de nudos, era como ver la selva imponente, inundada de riachuelos que se divisan desde el avión. ¿Una casualidad o estaba escrito en mi destino que debía mirarme las manos, luego de aburrirme con el techo de mi casa? Para concluir lo siguiente tuve que ir al baño y llenarme la boca de agua. Sin sed se piensa mejor.

Dicen que el agua es vida, pues está acostumbrada a fluir en tiempo y espacio, sino se abomba. Entonces, si el agua es vida, ¿cuál es el rumbo de nuestras vidas? ¿Alguien todopoderoso conocerá nuestro final desde un inicio o nosotros construimos nuestro destino? Acabo de perder a un familiar muy querido, fue inesperado, un hombre con proyectos, que amaba la vida, resulta difícil de creerlo, por eso las conversaciones de mi pequeña y solitaria familia, ahora versan en las casualidades, la vida, la muerte, el poder de la mente y etcétera de cuestiones existenciales, en las que aún cuando parece que llegamos a la respuesta, más dudas nacen. Acostado en mi cama, resaqueado por la noche del sábado, genero el presente dilema sobre mi futuro: ¿Podré elegir los caminos de la vida o los caminos de la vida, me absorberán, previa competencia entre ellos? Y es así que como un Dios miro la tierra desde arriba que vendría a ser mi mano derecha. Todo ese enmarañamiento de líneas circunscritas vendrían a constituir toda la vida de un solo hombre, o sea yo. Pienso, pienso y pienso, he cambiado de postura para no mirar al techo y poder concentrarme. El techo solo evocaba a la nada.

Confesándome católico, pero a la vez conociendo creencias populares que no me desagradan, pretendo esbozar una hipótesis ecléctica. Para ello te invito a mirarte una de tus manos:
Pienso que uno nace con un destino final, al que le preceden varios destinos iniciales e intermedios, los que se van eligiendo de a 1 conforme vamos avanzando en la vida, por ello la respuesta de nuestro destino, la sabremos al final de nuestras vidas. Hay macrodestinos, mira tu mano, los macrodestinos son tus líneas más pronunciadas y de mayor longitud. La vida es un sorteo, donde el premio mayor, el premio sorpresa es el destino.

Como la vida también es parecida a un juego de video de aquellos en los que cumples misiones, eres un jugador que viene al mundo con una serie de virtudes y defectos, más el peso social del contexto en el que uno se desenvuelve. Estas características influyen en las decisiones que estés tomando, nunca determinan, lo único que determina algo es la voluntad y esa la tienes tú. En ese sentido y figurativamente las líneas de la vida son como ríos que se dividen y uno tiene que escoger por cuál navegar. Todos los ríos tienen caídas, pero no importa el caer, sino cómo se aterriza, lo que involucra otra decisión. Luego de esto, aparece un nuevo horizonte, que conforme se avanza, se irá dividiendo en ríos y uno tendrá que elegir nuevamente. Así se estará durante toda una vida. Al final, uno hizo su propio destino, en base a una cantidad de destinos limitados en apariencia, pero que ofrecían tantas opciones como días tiene la vida. Hay ríos grandes, ríos pequeños, ríos apacibles y tormentosos, profundos y secos, cada segundo del recorrido de sus aguas son como los rostros que se cruzan en nuestros caminos, avanzan como el tiempo, se olvidan como el árbol número 365 que miraste (nunca supiste que era el número 365, sólo lo viste pasar vagamente y lo olvidaste), mientras cruzabas el río o se recuerdan como las anécdotas del viaje. Algunos pocos rostros, toman nombre y apellido, se quedan e influyen en nuestras decisiones. Son parte del camino elegido. Eso es lo que ofrece el caudal de la vida. Al final el río se pierde en el mar y nosotros en la vida.

Iquitos, 26 de noviembre de 2009

domingo, 27 de septiembre de 2009

"El sueño de la guanabana"

Guanábanas más, guanábanas menos venían hacia mí desde el horizonte. Guanábanas llenas de comida sin pepa, sabrosas, jugosas y robustas me impactaban dulcemente en la cara. Sus jugos bajaban lentamente hasta mi boca abierta, atónita. No me podía ver, pero si podía sentir cada parte de mi cuerpo. No podía moverme y evitar que las guanábanas me chocaran. Venían de a pocos, en cantidades variables, a velocidad constante, dando vueltas se partían conforme se acercaban hacia mí y sus refrescantes pulpas generosas me acariciaban el rostro, todo esto parecía darse como en cámara lenta, ligeramente lenta. No me preocupaba de donde venían, quién y por qué las enviaba, solo agradecía el estar viviendo tan extraño placer.

Guanábanas más, guanábanas menos me herían desde el horizonte. Ahora llegaban monstruosas, gigantescas, podridas, recién se despedazaban tras impactar con mi rostro, luego caían sus restos lentamente manchando mi ropa. En algún momento me atoré con una pepa. Mi cara se puso roja, sensible, caliente, tensa. La sal de mis lágrimas se mezcló con el jugo blanquecino y el sabor putrefacto que me bordeaban las comisuras de los labios. Quise vomitar, pero no podía, solo me daban espasmos. Era una tortura china, no podía moverme. De pronto, ya no venían varias guanábanas, sino aparecían en parejas y luego venían de a una. Hubiera preferido que llegaran en grupo. Las solitarias aumentaban cada vez más de tamaño y parecían tener espinas. Antes de perder el conocimiento por el susto, solo alcancé a ver una más grande que yo y que parecía proveniente de una violenta batalla campal entre pandilleros. Todo quedó en negro y desde el fondo apareció la palabra “guanábana”. Crecía, se ensanchaba, retumbaba y desaparecía, enseguida aparecía lejana la misma palabra en diferente color y repetía el procedimiento, aumentando el estruendo. En contados segundos, mis tímpanos colapsaron.

Verde, amarillo, rojo y negro en espiral. La siguiente imagen era la de un metalero escandinavo con la cara pintada de blanco y blandiendo un cuerno de chivo. Al costado de él, en otra imagen aparecía una bella californiana, de espalda mostrando su bikini y su piel bronceada. El sol la hacía brillar. Abrí mi ángulo visual y miles de caras me miraban al unísono provocándome paranoia. Me choqué con un anuncio que decía INHALA, más arriba posaban Jhonny Deep y Penélope Cruz. Estaba despierto, solo había tardado un poco en darme cuenta que yo había sido el autor de empapelar de tal manera mi cuarto. A pesar de la demora, todo había pasado muy rápido.

Mi cuarto estaba en un segundo piso y tenía balcón a la calle al que solo lo separaba de mi cama una mampara. Desde que desperté un sonido había acoplado mis oídos, pero fue volviéndose nítido conforme supe que estaba en mi cuarto: “!Guanábanas, guanábanas fresquitas y grandes, lleve, lleve casera, barato no más”. El anuncio mañanero del frutero se había introducido en mi subconsciente. Me reí de lo que me había pasado y salí al balcón a observarlo como publicitaba su mercancía por el altavoz, mientras las señoras y las empleadas copaban su carretilla. Horas más tarde, recorrí varias calles de Piura tratando de encontrar un refresco de guanábana natural. Estaba antojado. Solo encontré raspadilla de frutas combinada con pulpa de guanábana.

Despierto 16 horas al día por 5 días, las guanábanas fueron las protagonistas de mis pensamientos. Llegó el domingo, en la madrugada, no me aguanté, puse una muda de ropa en mi mochila y viajé de Piura a Los Órganos. Antes de partir y aún sin la luz del alba, llamé a casa de mi abuela para avisar que estaba yendo. “gordita, ¿me puedes preparar tu famoso y riquísimo refresco de guanábana?” Los adjetivos calificativos son muy poderosos. Horas más tarde, sentado en el comedor, llegó el primer vaso de refresco helado. No lo tomé en el instante. Lo analicé. Era el clásico “come y bebe,” podía oler la esencia de vainilla diluida en jugo de naranja, mientras que las pulpas despepadas de la guanábana flotaban unas y se hundían otras, como jugando. Mi abuela me había puesto una cucharita por si quería sacar los pedazos de fruta del vaso y comérmelos aparte. Saqué dos, se parecían mucho a los pedazos que acariciaban mi rostro en el sueño. Los agarré con la mano y los hice chocar contra mi cara, pero ya no era lo mismo. Me limpié con la servilleta, tomé y gocé. Los adjetivos calificativos coincidieron con la realidad.

Iquitos, 18 de agosto de 2009

sábado, 18 de julio de 2009

Desajustes de la lluvia y el sol

Y un día llovió para los pobres
El olor a tierra húmeda y el sonido en las calaminas los alegró.
Salieron a mojarse y rieron mirando al cielo,
las gotas generosas inundaron sus rostros
refrescaron sus labios cuarteados.


La lluvia se excedió y rebasó los cántaros,
Los pobres se fueron ahogando de a pocos con su sonrisa,
Murieron desesperados mirando sus campos inundados.


Pobres ellos, pobres sus fuerzas.
La tempestad se retiró llevándoles


sus últimos suspiros.
El sol apareció a destiempo, exigiendo victoria.
Quemó hasta el último confín


En el fondo de la tierra, los pobres se pudrieron
Mutaron como abono y florecieron,
Sin embargo sus frutos aún pequeños,
Se quemaron por el sol aún incesante.
Se redujeron a la nada.


“¿Por qué todo lo que cae de arriba engaña?”
Nació el grito del subsuelo sin encontrar eco en las montañas…
Nuevos pobres desterrados llegaron a la nada,
Añorando sonreír y ¿por qué no carcajear?
Y un día volvió a llover…

Huancabamba, 14 de julio de 2009

domingo, 31 de mayo de 2009

PEQUEÑA TARDE TRISTE

Devastado por la juerga de la noche anterior, zombie, atontado por el sol, regreso con el dolor de cabeza curado, pero con el cebiche pasándome factura. El principio de gastritis emana aires calientes a mi boca. A una cuadra de mi pensión, cada paso es eterno, los pies los levanto por inercia. El ambiente está amodorrado y es que no es para exigirle al día más flojo de la semana, en la ciudad donde la siesta es costumbre, que a las 3 de la tarde, promueva actividad.

Algunos papeles (muy pocos a decir verdad) vuelan pesadamente con algún vientecillo disperso, los veo a la distancia, allá donde la perspectiva de mi vista no enfoca ni un alma. El resto se queda quieto. Las ventanas están encortinadas, los televisores encendidos no tienen quien los escuche, en las casas abunda el sueño. ¿Por qué es tan feo no tener carro un domingo?

Mi ánimo cíclicamente se ha ido gastando, de suerte cayó domingo. Algunas veces me pasa eso. Son días de vez en cuando que llegan sin invitación. Luego de emociones intensas y favorables, uno toca fondo de nostalgia, es como el péndulo de la vida. Y esta es una tarde de esos días indeseables. Necesito llegar al baño, aunque sé que arderá.

Por fin en mi cama! Reparo en el sopor y la modorra que llevo, miro a la ventana esperanzado en alguna corriente de aire. Mi único consuelo, bordea la desesperanza y es el aire que soplo y sale caliente. El ventilador está desenchufado, qué flojera tengo! Mejor consigo el sueño. Pero dormir poniéndome boca abajo, así por así, en una tarde, no es de mi agrado, eso lo dejo para la noche. A mi me gusta quedarme dormido leyendo y así reparo en un libro de Bukowski que está debajo de mi cama, hago un esfuerzo sobrenatural y aparece en mis manos, justo en la página donde me había quedado antes de salir a cortar la resaca.

Ni media página llevaba y aunque el americano es uno de mis preferidos, el sueño pesado ha caído, tan pesado que no me puedo mover y siento que me ahogo y grito, pero no me escucho, después de mucho esfuerzo y con la voz horrorosa puedo pronunciar alguna expresión reaccionaria. Asustado con los ojos abiertos, la piel erizada y con el ánimo a sobresaltos, vuelvo a lo de Bukowsky, pero no estoy preparado, por más que me haya cambiado de postura y caigo rendido, seco, encima del libro. Y así como cambio de posturas suceden nuevas pesadillas con distintos personajes que me oprimen. Las conté y fueron 5 en 2 horas. El libro con las páginas arrugadas por fin capta mi interés. En ese lapso, el inodoro me había acogido dos veces más.

Bukowski escribe de vicisitudes, de ser conchudo y de apetitos sexuales y es sobre esto último en lo que sin querer queriendo me oriento. Mi mente se desvía a recuerdo de senos, vaginas, anos y penetraciones. Saco la cuenta y son 3 semanas sin sexo, en mi caso es una barbaridad de tiempo. Todo ese tiempo mi mente estuvo ocupada en proyectos, pero ahora con la flojera, el miembro se me pone erecto. Y mi lado correcto dice: “no”, pero encuentra una contraparte que me susurra al otro oído: “pero son tres semanas y es solo el comienzo”. La debilidad de la carne poderosamente le añade un número negativo a mi record de 24 años y 8 pajas. Mi mano sacude de arriba abajo varios segundos, rápidamente me aburro, si quiero que esto resulte, necesito pensar en alguna fémina ¿en quién pienso? En las chicas que me gustan y con las que intercambiamos mensajes de vez en cuando, pero como no tengo algún resultado seguro y completamente favorable de ellas, me sigo aburriendo. Mi pensamiento revisa episodios y llego a la zona de las enamoradas con las que tuve sexo. No hay solución: Las tuve hace mucho tiempo, ahora tienen a quien querer y están lejos de mi morbo, más bien les albergo cariño, no se merecen esto. Sin embargo, mi miembro al borde de la deflación, se inspira fornido cuando pienso en el deseo sucio de aquellas oportunidades en las que los sexos han chocado estrepitosamente, en las que no faltan arañones, mordiscos, palmeteos y puñetazos, en las que solo importa que haya un hueco y si produces dolor, mejor. Depravación total en mi cabeza y en el homónimo del vocablo coloquial un tren líquido llega con fuerza hasta la punta.

Con el semen desparramado por mi pelvis, abdomen, manos y piernas, me cuestiono que ya estoy grandecito para pajas, he roto un compromiso, me duele porque es una de las situaciones donde más fuerza de voluntad tengo. Me ganó la impaciencia, uno de mis mayores defectos y es que son tres semanas y no es para menos, me consuelo y también me anuncio firmemente que no se repetirá. En esta tarde, el placer fue automanejable, los mensajes a la lista negra o no fueron contestados o no podían satisfacerme en ese momento. Miro al futuro y no visualizo contiendas sexuales cercanas, el cronograma esta vacío. Solo por esta vez caigo en autosuficiencias. Esta tarde necesito placer o amor, a ambas las siento en latitudes de ultramar y me entristezco. No saco cuentas sobre amor porque allí sí mi corazón está endurecido: o se ha negado o ha sufrido. En ese terreno ni siquiera he sembrado semillas, pero en este momento en el que me hayo pródigo de amor cuánto necesito un beso enamorado o dormirme abrazado.

Hago un hincapié para recordarles que no todo en mí es sufrimiento, mi alma es indomable, por ello reinvierto esa soledad en arte y siempre que puedo me proclamo defensor de la soltería, impulsador de las historias secretas, antes que formales y públicas.

Prendo la tele y me enfurezco, apago. Aguanto las ganas de sentarme en el water. Chequeo Messenger y Facebook, nada interesante, pierdo totalmente la esperanza de agradables oportunidades inesperadas. Vuelvo a la cama, panza arriba. Miro mi agenda de teléfono, no me nace llamar a amistades, tampoco tengo mucho saldo. Ya invertí buena parte de él y no precisamente he salido ganando. Juego al fútbol en mi celu, gano el campeonato y me aburro. El sol cae y Bukowski vuelve a mis manos pegajosas. Aún no estoy preparado, estoy débil y la hoja arrugada vuelve a ser mi almohada. Con el frío y la penumbra, abro un ojo porque mi cuerpo es un plomo y no da para más. Me remuerde la conciencia y me incorporo, contra todo pronóstico, me sumerjo en agua fría, es hora de la misa.

P.D: Con el hambre y malestar que produce el solo almorzar ceviche, una llamada de los amigos de cenas dominicales, me cambia los planes. Buscando felicidad inmediata, mi voluntad cae una vez más en esta tarde triste. Ceno riquísimo hasta empacharme y vuelvo a casa un poco antes de pasar al otro día. De nuevo caigo en el inodoro donde todo sale por inercia. Me lavo las manos y la cara, coloco una botella de agua en el escritorio donde me siento a contarles esta historia.

Piura, 24 de mayo de 2009

martes, 14 de abril de 2009

"Retrato estacional de la locura"

(En) luna llena…

El placer derrota al amor…!Atención embarazadas a punto de alumbrar!
El alunamiento de las perras bordea la locura
Los cuerpos van más allá del sabor, huelen a sexo y embriagan.

Jaurías hipnotizadas aullan en los jardines de las casas.
Descubrieron a San José confundido entre montañas
Va de perfil con su burrito y una carga.
Mírenlo bien, cachorros. Es inmenso.
Es tu parte desconocida.
Dan escalofríos.
Las heridas hinconan, desesperan.
Provoca ladrar.
Nubes inmensas son como rezos que te ocultan,
Pero los perros no rezan, vuelves a brillar.

Compites en terror con la luna nueva.
Contigo, los cementerios brillan en su blancura,
Las cruces se engrandecen con sus sombras,
Llegan hasta el fondo de la vista,
allá donde necrófilos y fantasmas se acurrucan.

Una visita acaba de llegar…
Los artistas tiran los colores al aire y encuentran formas,
Los versos aparecen antes que el anhelado sueño,
Se descubren canciones con los sonidos de la vida.
La diosa Inspiración busca con sus mejores atavíos a los talentos,
Embarga el ambiente con perfumes de cráteres lunares,
Practica sus dotes de masajista y relaja la imaginación.
Las filas son inmensas deseando el placer de tan preciadas manos.

Eres la exageración…
El sádico castiga con sexo.
Su látigo blande excitado haciendo surcos a las montañas.
Los ríos aumentan su caudal.
Sangre, sudor y pelos en los lechos lechosos.

El masoquista se imana a playas desiertas,
Quiere arenas sin cangrejos,
El disco de las olas repite soledad
Crujen los dientes.
Los recuerdos agobian.
Angustia superlativa.
“Mira a tu alrededor y dime qué ves,
grano de arena que se pierde”,
te satisface mi apreciación.
Los pies se te mojan y huyes tiritando, excitado.

Los locos tienen insomnios maquinando como llegar a ti
Quieren caminar con San José,
En la tierra ya dieron soluciones para vivir mejor,
Nadie les hizo caso.
Golpean las paredes al unísono buscando inspiración.

En cuanto a mi:

Camino por las calles inspirado, con el cerebro de artista, los dientes de vampiro, la disposición del viril. Me atrevo a mirarte y grito de placer, me rasco la cara llena de cosquillas, me golpeo las sienes con los puños y termino jalándome el pelo de mi calvicie. Miro atrás y carcajeo a los absortos.

Sigue así luna llena.

Piura, 13 de abril de 2009

martes, 10 de febrero de 2009

poe+ la playa que me espera

En el mar, una línea, ovalada e infinita
Invita con sutileza a descubrir que hay detrás de ella
Un mundo diferente se muestra interesante
Llegar donde no veo me palpita en la cabeza
Camino, corro, nado en pos de mi objetivo
Y la línea ni se inmuta.
Me esfuerzo como hormiga para llegar a mi meta.
Agacho la cabeza.
Continúo sin desanimarme
Años pasan y ya soy una costumbre
Un día, me detengo a descansar.
Reflexiono, mirando alrededor:
A mi espalda la línea ha separado mi pasado
Y enfrente diviso la arena de una playa que me espera.
Nunca me di cuenta cuándo pasé la raya.
Ya no tendré fuerzas
Para regresar a lo que era,
Solo para extender mis brazos
A la playa que me espera.

Poe+El milagro de la playa

Una línea coloreada aparece en el horizonte,
La comunión celeste azul resulta imperceptible
Mientras el sol abraza con su cariño desbordante
Las aves adornan el cielo jugueteando entre ellas
Los botes silenciosos esperan la inquietud de los peces
La arena sopla y transporta su orquesta
Es un día más en la playa y
Para los turistas, una fiesta.

martes, 3 de febrero de 2009

Poe+ "Abuela"

Nuestro cariño no es de besos ni de abrazos,
Sino de gestos y lecciones.

Dime que ordene la ropa,
Repítelo riñéndome,
Hazlo porque sonrío.
En tu mano está el orden,
Cuando llegas de visita,
Me vuelves a reñir y yo vuelvo a sonreír.

Tus encomiendas tienen
el olor a limpio de mis camisas y pantalones,
Las lentejitas de chocolate,
El dinero envuelto en servilletas y
la cartita con el consejo de siempre,
Es como mirarte de frente
Sentir que tus pupilas se llenan de orgullo.
Desde los 4 días de nacido soy un pedazo de tu alma.


Recuerdo los viajes hasta Zorritos
A la tumba del abuelo
Luego, nuestro restaurante favorito,
Tus historias de juventud aderezan las sobremesas.
La tarde madura,
A una cuadra de la playa,
prefiero no broncearme por escucharte chacotear.

De regreso, nos “pasamos de alimento”,
Tú dormida en mi hombro,
Y yo apoyado en la ventana de una combi.

En medio de mi insomnio crónico
Te recuerdo con envidia,
dormida como niña,
De costado, con tu bata puesta.
Te levantas muy temprano,
Nunca me despiertas cuando te lo pido
y dejas que yo siga durmiendo como un niño.


Una lágrima ha caído,
Cerca de las 7 de la mañana,
Morfeo ha llegado.
En Los Órganos estarás barriendo la vereda,
saludando a los vecinos.
El recuerdo me reconforta.
Mi lapicero ha dejado de pintar y me siento más tranquilo.

miércoles, 28 de enero de 2009

El Sueño de la mujer traslúcida: historias de un cuerpo sin alma

Mi comunión espíritu- corporal extrañamente se divorció y mi cuerpo inerte quedó tendido boca abajo en mi cama. De un momento a otro, yo me podía ver echado con la espalda descubierta y helada por el aire de la mañana, mis pies se mantenían cálidos, tapados con una colcha. Todo lo sentía desde arriba, desde mi alma. Esta seguía ascendiendo, pero con dificultad, zigzagueaba tambaleante hasta que se situó en una esquina superior del techo. Todo lo veía, la ventana de mi cuarto estaba abierta. En el escritorio, el radio había terminado de tocar un cd, las separatas estaban ordenadas, dispuestas a dejarse estudiar, el reloj marcaba las 10 de la mañana y mi Biblia seguía abierta por la mitad. En el suelo, había una botella de agua de dos litros, a medio consumir, mi pantalón estaba tirado, sin doblar, arrugado, al igual que mi camisa, la flojera no me había dado tiempo acomodarlos, solo para dejarlos así y derrumbarme en mi cama sin tender.

El sol y el aire frío de una mañana de invierno piurano entraban por mi ventana. Por allí, sorpresivamente ingresó un humo grande y denso. Dio una vuelta y comenzó a formarse una mujer traslúcida, su cuerpo bien torneado parecía compuesto por el gelatinoso y algo transparente tejido de las malaguas. La mujer se sentó en la cabecera de mi cama, arriba sentí su peso caer en el colchón, ella miraba mi cuerpo inmóvil. Tambaleé intentando descender en vano. Sentía mi piel más fría y mis vellos se erizaban hasta estremecerme.

Por aquella época, yo estaba en semanas de entregas de trabajos y evaluaciones. Había tenido varios días de amanecidas académicas y me esperaban más. Por lo estresado que estaba mis hombros parecían hechos de acero.

La mujer, que se le distinguían a groso modo todas las partes de su cuerpo, me miró con compasión y se comunicó conmigo transmitiéndome su opinión: “te faltan unos masajes.” Conforme me lo hizo saber, estiró sus dos manos hacia mi espalda. Lo hizo sin delicadeza, como cuando un robot obedece una orden. Sus brazos eran largos y delgados como los de Dalsin, el luchador oriental del juego Street Fighter. Sus dedos eran suaves como plumas de ganso.

Sus masajes calentaron mi espalda, sus manos parecían compuestas de Easy Hot, primero descargaban más frío en mi helado cuerpo y luego con el accionar de los masajes, mi espalda se volvía liviana, caliente, como el interior de una casa de campo con chimenea. Me gustaban sus masajes, me relajaban, estaba entregado a ellos, y ella lo hacía con vocación, con esmero, mientras su mirada compasiva continuaba. Parecía estar cómoda, aunque su postura enunciara lo contrario. Sus piernas juntas no daban hacia mi cama, sino al escritorio, mientras que su cintura había girado hasta que sus ojos observaban toda mi espalda.

Pensé que debía continuar con sus yemas lizas suavizando mis hombros, pero previamente, este ser extraño debía cumplir el requisito de toda alma buena: resistir inmunemente a la frase: “la Sangre de Cristo tiene poder.” Si no se inmutaba con ello, la dejaría que tocara toda mi materia, de lo contrario podría ser un espíritu malo o en pena que al saber que mi alma no estaba en mi cuerpo, quería apoderarse de este.

“La…a….a…a”, sólo alcancé a decir en mi primer intento. Una sensación similar a la desesperación de un ahogado me invadió. Una presión en la garganta, como si me ahorcaran, no me dejaba decir la frase completa. Terminé de decir la primera palabra y ya estaba exhausto y algo ronco. Conforme me rendí, el masaje aumentó en intensidad, como un zoom mi mirada se trasladó hacia sus manos que frenéticamente se doblaban y extendían por la parte superior de mi espalda.

No era la primera vez que un alma se me acercaba cuando mi cuerpo solo era materia. Meses atrás, en Iquitos, mi alma intentó regresar apurada cuando una mujer de bata rosada, desfachatada, blanca como papel bond y greñuda, cuyo pelo tapaba sus ojos, entró a mi cuarto. Abrió del todo la puerta, que estaba a medio cerrar. Lo hizo con dificultad, su asomo y su acercamiento me llenaron de horror, arrastraba sus pies avanzando hacia mí. Miraba hacia abajo como concentrada en el suelo. Esa misma mujer ya la había visto días antes en el ingreso de la escalera que conducía al segundo piso. Allí estaba el cuarto que compartía con mi madre.

Era una madrugada que luego de ver televisión en el hall del primer piso, me dispuse ir a dormir a la 1y30 a.m. Para llegar a mi habitación necesariamente tenía que cruzar el pasillo y subir por donde me daba la bienvenida el espectro. Nos separaban un aproximado de 10 oscuros metros. Solo la alumbraba la penumbra de las luces que iba encendiendo y apagando. Casualmente, la muerta estaba al costado del interruptor de la luz que yo debía prender para alumbrar la escalera. Pensé que podría ser un efecto visual, pero regresé a mirar tres veces y la mujer seguía ahí mirando hacia abajo. Todo pasó en segundos. Mi desesperación me hizo saltar de la cocina hasta el cuarto de mi abuela. Ese lapso lo sentí en cámara lenta y en el aire dije la primera palabra que me salió desde la boca del estómago: “abueeeeeeeeeeeeeeeellllllllllaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa”.

La anciana se pudo haber muerto de un infarto porque caí a su costado y zarandeándola le dije que había un muerto que me molestaba. “!Qué muerto ni tonterías muchacho, eso te pasa por quedarte hasta tarde viendo adefesios, ya anda duerme”, me dijo molesta. Mi cuerpo temblaba, mi respiración era agitada y me sudaban las manos. “¿Qué has visto?”, me preguntó, le conté lo sucedido, exaltado y atragantándome con las palabras. En seguida mi abuela, que es de personalidad fuerte, me hizo a un lado y se levantó a ver una correa, “¿dónde la viste?”, preguntó. Señalé el lugar que ya no parecía tan espantoso como al inicio, ella blandeó la correa como los vaqueros cuando atrapan toros y le dedicó una serie de improperios a la fantasma: “Puta de mierda, qué te has creído asustando a mi nieto, anda sabiendo que este hogar es cristiano, largo de aquí mañosa” y terminó sus vociferaciones con la sagrada frase “la sangre de Cristo tiene poder.” Antes de acompañarme a mi cuarto me recomendó que cuando tuviera miedo pronunciara esa expresión, todo un santo remedio para ahuyentar a las almas en pena.

Pero días después cuando se me salió el alma, había olvidado el consejo de mi abuela, mi alma concentrada en la esquina superior del cielo raso, solo quería bajar y en su intento zigzagueaba desesperadamente. Me sentía como una cámara filmadora bien ubicada, me veía durmiendo boca abajo, en la otra cama, mi madre emitía leves ronquidos, la luz de la mesa de noche alumbraba nuestros rostros. A mi madre le molestaba eso, pero yo la había convencido que necesitaba leer mis separatas de Marketing. Era un disparate leerlas en vacaciones de Universidad, pero yo estaba empecinado en aprender más de esa materia que me gustaba. Y fue en las lecturas del posicionamiento donde mis ojos se volvieron pesados y mi mente dejó de pensar.

Con la fuerza de un electroshock, mi alma entró por mi espalda a mi cuerpo, haciéndolo saltar súbitamente. Sentía frío (en Iquitos es raro sentirlo, puesto que la temperatura promedio es de 30º C y éste no era un día de lluvia, si no de los calurosos) Mi piel parecía de gallina, me estremecía. Para darme valor y posicionar mi respeto en mi espacio comencé a toser sin ganas, pero fuerte y a leer la separata de Marketing en voz alta, el coro de la silenciosa habitación lo conformaba la voz de mi madre que hablaba dormida, eso me daba más miedo, pero intentaba ser fuerte. Aún así recordaba lo que me había pasado hacía segundos, mi mente estaba en ello y no en la separata. De repente me hicieron “bips” cerca de la oreja y mi cuerpo se quedó helado. Mi madre ahora roncaba y yo volví a leer más fuerte, pero un “bips” más fuerte me volvió a dejar petrificado. No tenía valor de voltear y ver qué era, sentía que era la mujer que estaba al costado de mi cama, cerré los ojos y los junté contra mi almohada. Esta vez, sintiendo un aire helado cerca de mi oreja, oí el tercer “bips”, más largo que los otros, que finalizó con una “s” carrasposa. Sin abrir los ojos, grité “mamá” y luego me paré y la desperté removiéndole la cabeza. Le expliqué lo que me había pasado. Ella sabía que había visto a esa mujer días atrás. “Hoy dormiremos con luz-algo que detestaba mi progenitora- no puedo, esa mujer me persigue” Mi mamá comprendió y fue asequible en acompañarme a la cocina a ver un vaso con agua para calmar mi exaltado estado de ánimo y a la biblioteca a coger la Biblia que estaba arrinconada y perdida entre tantos libros de sectas y espiritualismo de la colección materna. Al Libro Sagrado lo puse abierto al costado de mi cama y cada vez que regreso a Iquitos, desde el primer día hago lo mismo para evitar incómodos “bips” o algún otro tipo de manifestación espectral.

Ahora, en mi pensión de Piura, me sentía tan débil para decir “La sangre de Cristo tiene poder” que los pulmones me dolían, me dieron nauseas y mis músculos parecían los de una persona luego del primer día de gimnasio. Cada vez que con mucho esfuerzo, llegaba a pronunciar “l…aaaaaaaaaa”, sentía los masajes más frenéticos y la mujer me miraba más concentrada, mientras que yo me sentía más débil y prácticamente resignado a la derrota de quedarme sin un cuerpo donde vivir.

Lo único que me quedó aferrarme fue en el poder de la frase que me enseñó mi abuela, me concentré en ella, me envolví en ella y tratando de levantar el plomo de mi garganta, pude decir “la sangre de…” y no pude más, mi alma vibró todo el momento de la pronunciación y quedó agitada, exhausta. Pero mi esfuerzo fue un golpe poderoso, me había costado, pero había hecho daño. La mujer dio un leve quejido y sentí su debilidad, los masajes perdieron fuerza. Sin perder tiempo y dando otro manotazo de ahogado, levanté mi voz que me pareció menos pesada y pude decir de manera rápida y contundente, “la sangre de Cristo tiene poder.” El espectro se arrugó y quejándose pronunció “¡Ay!”, de la misma manera cuando una mujer lo dice haciendo el amor. Los masajes pararon en seco y una explosión dejó un ligero olor a azufre. El fantasma desapareció. Enseguida mi alma dejó la esquina del cuarto y zigzagueando a velocidad entró a mi cuerpo, con la fuerza de un saque de tenis. Sentí mareos y abrí los ojos, mi espalda la sentí tan fría que mi mano se quedaba pegada cuando la tocaba, por el contrario de la cintura para abajo, todo estaba caliente, como si hubiera estado muy abrigado. Recapacité sobre si lo que me había pasado había sido sueño o verdad. La respuesta fue un manifiesto corporal: De la cintura para arriba todo se me puso caliente y de la cintura para abajo, todo se me heló, hasta la colchita que tapaba mis piernas la sentí hostil de frío. La piel de la parte inferior se me erizó y sentí miedo como si algún extraño me estuviera observando que yo estaba echado boca abajo. Enseguida dije la frase del antídoto: “La sangre de Cristo tiene poder.” La repetí. Y de nuevo, todo se equilibró, el cosquilleo erizante desapareció. De reojo vi mi Biblia abierta por la mitad en mi escritorio. El reloj informaba que era las 10y 02 a.m. Vencí mi flojera y salté a recogerla: un buen rato la leí en voz alta. Con más valor, luego presioné play y el minicomponente siguió tocando el disco que había puesto cuando llegué de juerguear, leí las separatas y salí a almorzar.

En la noche, salí a hacer amanecida de estudio a la casa de un amigo que quedaba en la urbanización contigua a mi pensión. La mayoría de casas de esas dos zonas eran pensiones universitarias. Otro compañero se nos unió. Pasada las 4 am, no recuerdo cómo, entre las tertulias que teníamos, para descansar el ojo de tanto estudio, uno de ellos empezó a hablar que en su cuarto se desaparecían las cosas y aparecían por otro lado. El decía que eran duendes. A veces le jalaban el pelo o amanecía con moretones. Por espacio de una hora, hablamos sobre nuestros encuentros con el más allá.

Conté mi experiencia y ellos rieron con la fantasma masajista, me dijeron si había llegado borracho o drogado. Ninguna de las 2, había llegado cansado de juerguear sobre las 5 a.m. En esa época, no bebía licor, solo agua y muy rara vez fumaba marihuana, solo lo hacía para vencer mi insomnio. Luego, cuando nos dio miedo de tanto hablar de muertos y tras darnos cuenta que la casa de mi amigo era tenebrosa y oscura, decidimos seguir estudiando. Nuestro temor no nos dejó concentrar, solo continuamos ahí 15 minutos. Antes de retirarnos tuvimos que acompañar a mi amigo a su cuarto. Mi otro compañero tomo un taxi para su casa y yo caminé a mi pensión.

En el trayecto, tenía que pasar un parque donde siempre había vigilantes, pero esa madrugada de lunes no se les sentía el silbato, ni se les veía sentados en las esquinas como de costumbre. De la nada, recordé las historias que nos habíamos contado y sentí que se me escarapelaba el cuerpo y mis zapatos parecían llenos de plomo. Me quedé un rato inmóvil, miré los árboles cuyas copas se empezaron a mover desaforadamente, tras una ráfaga de viento. “Es mi mente”, dije y avancé. Estaba a dos cuadras de la casa. Antes de pasar el primer árbol, me di cuenta que las ramas se movían como si alguien saltara en la copa, mientras que el resto de los otros 4 que me faltaban pasar, estaban tranquilos. De reojo vi una figura humanoide que saltaba de ese primer árbol al segundo y así pasó al tercero, cuarto y quinto, moviéndolos estrepitosamente. No volví a mirar hacía arriba, sólo caminé rápidamente mirando hacia abajo. Traté de disminuir el miedo y pensé en las ocupaciones que me tocarían ese lunes pesado. Cuando llegué al último me cayó una ramita, pero no alcé la cabeza, huí con la piel erizada, metros adelante me vi mejor iluminado por la luz pública y para darme valor, me provoqué varios estornudos. Los hacía sonar de manera escandalosa. Me avalaba la gripe que me había atacado en el transcurso del día por haber dormido sin polo.

Una vez en mi cuarto, no podía respirar por la congestión nasal, no olía nada. Aún sin sueño, echado en mi cama, me puse a leer algo de lo que había repasado donde mi amigo. De pronto, entre la inaccesible tupidez nasal, se escabulló y me embargó un potente perfume de mujer. Era un perfume barato porque se sentía más alcohol que fragancia. Miré la ventana de mi cuarto y estaba cerrada, mi puerta también lo estaba. ¿Por dónde se metió ese olor? Si hasta mi nariz estaba cerrada. Nuevamente los pelos de mi piel se encrisparon y mis ojos comenzaron a lagrimear. En un arranque de valor, insulté desaforadamente, con los adjetivos que mi abuela ahuyentaba a los muertos y sentencié lo del poder de la sangre de Cristo. Cogí el Libro Sagrado y lo leí hasta que me venció el sueño. Esa madrugada, la dama masajista, derrotada por los límites del mundo carnal, me anunció su despedida.

sábado, 17 de enero de 2009

Un espectáculo improvisado

Es una tarde relajada, corre un viento que acaricia los árboles de La Plaza de Armas de Piura. Es un aire que inspira a los de la tercera edad a mover sus mandíbulas pronunciando los recuerdos que dejaron huellas en sus vidas, historias que son como sedantes para soportar el peso del presente: sus edades. “¡Qué poco nos falta para verle la cara a San Pedro!” parece leerse en sus ojos nostálgicos.

Por su parte, los turistas toman fotos de unos árboles para ellos raros, pero que nosotros los conocemos bien: los matacojudos. Nunca supe a quién le cayó o a quién mató su fruto parecido a un balón de rugby más macizo y por supuesto, más pesado, mucho más pesado. De lo que estoy seguro, es que el árbol toma el nombre de sus pequeños frutos, unos mastodontes cuyo impacto es capaz de dejar inconsciente o matar a algún desprevenido transeúnte. Los que los sembraron en la Plaza de Armas debieron haber estado locos, ¿Cómo se les ocurrió plantar tales asesinos en potencia en un lugar tan concurrido? ¡De verdad que estuvieron locos¡ jaja. Felizmente que estoy sentado debajo de un algarrobo, al menos las algarrobas no te matan si te caen en la cabeza, más bien son útiles porque puedes recoger una, pelarla y chuparla, eso deja un sabor agradable en el paladar. Pero, si decides hacerlo, debe ser caleta porque los palomillas y los chismosos pueden soltar comentarios estúpidos como “No tiene que comer en su casa” o “parece chivo comiendo algarrobas”

Los lustrabotas más pequeños juegan a las canicas, mientras los jovencitos y mayores van de banca en banca ofreciendo sus servicios, inventando polvo donde no hay: “Señor, le hecho gamuza a sus zapatos de paso que les doy una limpiadita. ¡50 centimitos y se lo hago!”¿50 centimitos? Ya me conozco el cuento de los centimitos: Primero ofrecen el precio y después, mientras te limpian los zapatos, te van echando sustancias que supuestamente el precio debería cubrir, pero al final del trabajo te das con la sorpresa que eso no es cierto, sino que tienes que cancelar un precio que excede en más del mil por ciento del precio base. ¡Qué picardía! ¡A mi no me vienen con esas! Yo sí que me los mando a volar. “! ¡Mis zapatos, están limpios no quiero que me los limpien, gracias!... ¡He dicho que no quiero o es que estás sordo!”

También marcan tarjeta de asistencia los vendedores de golosinas. Al verlos, me acuerdo de la canción de Micky Gonzáles: “Chiclets, cigarrillos, caramelos”. Me incomoda su presencia porque son cargosos. A veces estás concentrado, de repente ordenando la agenda diaria o distribuyendo mentalmente el dinero del mes o quizá estás flirteando a la chica que te gusta y ellos aparecen diciéndote “…” Ni los escuchas porque estás abstraído, pero aquí viene lo insoportable: Sientes un jalón en tu polo, “maestro tengo chiclets, cigarrillos, caramelos”. “No, gracias”. “También, tengo lentejitas Donofrio y Sublimes por si aca quiera”. “He dicho que no”. “Cómprele un chupete a su enamorada”. “¡Ah ahora son consejeros de uno, no? Váyanse de aquí antes que pierda la paciencia!

Son la 5 de la tarde. Valeria está a mi costado. La imagino como mi enamorada, caminando de la mano por las calles, felices de la vida. Es tan linda, femenina, espontánea, tiene carisma para los chibolos y lo más importante es que sabe de música. Con una mujer de ese calibre, para que más.

Los chiquitos vienen hacia nosotros a pedir que les contemos chistes. A mala hora nos sentamos en una banca de la Plaza de Armas a tomar una cremolada. Antes habíamos estado en un cumpleaños-almuerzo de un niñito de 6 años que vive cerca de aquí. Tuvimos que hacer de todo para divertir a los chibolos. Mi primera experiencia como payaso no había estado mal según el ojo crítico de mi jefa. Un poquito nervioso no más, para la próxima más paciencia, siempre hay que sonreírles hagan lo que hagan, porque después las madres se pasan la voz de que nosotros no les celebramos las malcriadeces a sus enanos. Valeria se había disfrazado de payasa, también y con ella hicimos el show. “¡A ver quien me recita un trabalenguas! Averaveraveraver, no se desesperen que para todos hay premio. ¡A ver quien baila mejor la Gasolina! ¡A ver, quien me canta una canción de Daddy Yankee!” ¡Que tal influencia le damos a los chibolos, no? Hacerlos interpretar canciones que no tienen ni una pizca de valores. Son temas que incitan a la perversión. ¡Que tal enseñanza! ¡A dónde se ha visto eso!, pero son disposiciones de nuestra jefa, a cumplirlas se ha dicho, necesito dinero. Total, la educación en nuestro país está por la cola, así que una raya más al tigre, qué más da. Las madres también tienen la culpa porque se vuelven locas de emoción cuando sus hijos sacuden las caderas a ritmo del perreo o cuando esfuerzan sus cuerdas bucales para decir “!Quiere chuculún, toma, toma,chuculún! ¡Otra, otra, otra…! Cómo digo que el mundo está volviéndose loco! Más claro, imposible. “¡A ver, chicos, nuestro Gokú va romper la piñata con sus superpoderes, aplausos para él! “¡Eyy..eyy no se empujen, ¡uyy que rico, caramelitos! ¡Ya viene la torta!”
Después del cumpleaños, nos provocó tomar una cremolada. ¿Irnos a cambiar para regresar por una simple bebida de 2 soles? No, definitivamente. Vamos así no más al Chalán y las pedimos para llevar para evitar que se burlen de nuestros coloridos atuendos.

El Chalán es una cadena de heladerías piuranas y uno de sus locales queda frente a la Plaza de Armas que es donde estamos ahora.

En realidad, si no estuviera en este cuerpo y fuera un transeúnte me estaría burlando de ese par de payasos que no soportan su profesión y que encima están tomando cremoladas; de mango y de tamarindo para ser exactos. Apuesto a que nunca habían imaginado a dos payasos refrescándose de esta manera: los imaginas contando chistes, haciendo bromas o hasta inclusive llorando como sucede en las películas hindúes, pero ¿tomando cremoladas? Nunca. Esto es un chiste, pero simplón, tan insulso como la cremolada diet que está probando Valeria. Es un absurdo, ¡qué locura! Quiero irme a mi casa a cambiarme. ¡Ufff… qué calor que hace!

Soy el payaso ecológico, el primero en su especie, mi nombre de batalla es “Verdecito” y tengo la función de hacer jugar y reír a los chiquitos como cualquier otro payaso, pero lo innovador es que les enseño a que mantengan limpia su ciudad y cuiden del medio ambiente. Mi disfraz es el de un árbol: en la cabeza llevo las ramas y las hojas, en el rostro la cara habitual del payaso; de los hombros a las rodillas es el tronco y la parte de la raíz me envuelve de las rodillas para abajo. Los más palomillas de la fiesta me han querido hacer caer, aprovechando que mis zapatos arrastran partes del disfraz, tal cual zapatilla desamarrada. Ellos me pisaban las raíces mientras yo corría haciendo el show, pero no consiguieron tumbarme, sólo una tropezadita sutil y nada más. ¡Cómo les nace la maldad a estos bandidos! Y las mamás, ¡bien, gracias!

Ah y me olvidaba del toque clásico en mi atuendo: la siempre nariz roja de payaso. Acabo de recordar que la tenía puesta porque casi cae dentro de mi cremolada. “¡No, no te preocupes, no pasó nada, Vale! ¡Qué burlona que eres!, jaja- en realidad, ¡qué vergüenza!” Ya que es la primera conversación que hemos pasado del: hola, ¿qué tal? y seguro va a pensar que estoy nervioso por ella. ¡Vamos, tú no estás nervioso. “¡Y ustedes qué me miran!” les digo con la mirada a una pareja de enamorados que se ha sentado en una banca frente a nosotros, parece que nunca hubieran visto la nariz de un payaso rodar por el piso, previo dilema de si caer dentro del vaso o no. Bueno, yo tampoco he visto ridiculez semejante; ríanse, pero sean disimulados.

Vale es la “Presita” porque su disfraz es un choclón de pollo. Al igual que yo también tiene la nariz de payaso y la hacen decir “Oiga caballero”, a diferencia mía, lleva unas botas de color rojo con la punta levantada. A Valeria no le gusta el disfraz porque la hace ver gorda. Yo le dije que no, que había cambiado la forma de su disfraz, que la pierna de pollo no parecía tal, sino la figura de la sirenita. Ella no me creyó y se pidió una cremolada diet de tamarindo.

Presita parece un mimo, pero de mimo no tiene nada porque hasta para hacer el show es tímida todavía, aunque me ha dicho que va a aprender las técnicas de ese arte. Y con respecto a la mejora de su desempeño como show woman me ha hecho recordar que la experiencia se consigue con la práctica.

El pensamiento es libre porque no tiene barreras; es loco porque te puedes imaginar personas con dos, tres o más cabezas o cumpliendo situaciones irreales. Es traicionero porque puedes estar toda una hora recordando la respuesta de un examen y no la obtienes; es rápido porque en contados segundos puedes pensar en un montón de cosas como me está sucediendo en estos momentos. En realidad, estaba buscando un tema de conversación divertido, dinámico y que no genere respuestas cortas.
¡Qué difícil que te parece encontrarlo cuando quieres impresionar a una chica que te gusta y que tiene el carácter más fuerte que el tuyo. ¿De qué le puedo hablar? ¿De los viejitos que dentro de poco le verán la cara a San Pedro? No, muy triste el tema. ¿De los lustrabotas y de los “chicles, cigarrillos, caramelos”? Menos aún porque vamos a hacer hígado recordando lo insistentes que son. Tampoco me conviene hablar de ellos porque con el malestar que nos va a generar ese tema, un piropo mal formulado- que es muy posible de darse teniendo en cuenta que estoy acompañado de “los muñecos”(nervios)-sería fatal para mis intereses amorosos.

De lo que sí le podría hablar es de los “matacojudos”. Estoy seguro que de eso sí se reiría y también se reiría de verles la cara a esos gringos estúpidos que están por tomarse una foto al costado de uno de esos árboles. Se alocan por lo desconocido.

Uyy, me acabé la cremolada, creo que ella también porque escuché el sonido del sorbete que absorbía el poco líquido que quedaba en el vaso. Eso significa que los matacojudos esperarán un momento porque hay que ser caballeros, tengo que botarle el vaso descartable en un tacho de basura.

De la banca al tacho:
“Permíteme botar tu vasito, vengo al toque., jaja.” “Mira, al toque, sino nunca más conversamos”, me dice bromeando. “No, de hecho, yo soy rápido como una bola de tenis”, explico y ella se ríe y me mira coquetamente con esos ojitos café, mientras que parte de su cabellera negro azabache se pasea por sus labios. ¡Qué espectáculo! “¡ya, te espero unos 15 segundos! Jaja”. “Esta bien como la reina ordene”.

Para qué miré a Vale. No iba ni dos pasos cuando los vasos volaron unos metros adelante y se escuchó un ¡ay! Me resbalé con una maldita cáscara de plátano, seguro que era de plátano manzano porque ni cuenta me di de su existencia. Qué horror, un payaso haciendo payasadas extras. Por ahí una buena alma me alcanza unas monedas pensando que era parte de un espectáculo improvisado, pero mi vergüenza se ha disfrazado de descortesía. “No quiero sus limosnas, no estoy actuando. ¡Me paro solo, gracias!” Auchh que dolor, ¿podré correr para el show de mañana?

Quiero mirar a Valeria porque tengo curiosidad de verificar si se está riendo o no, algo me dice que sí. No puedo verle la cara sonrojada porque tiene el maquillaje blanquinegro, pero sí veo que aguanta la respiración para no soltar la carcajada. La miro disimuladamente con cara de no saber qué me había pasado, con “cara de bobo”. Me pongo de pie y recojo los recipientes. “Ya pasó todo”, digo entre mí. Avanzo de manera rápida, dos tres, cin…co… pa…sos y un jovencito me sale al encuentro: “Señor le hecho gamuza a sus zapatos y se los limpio, 50 centimitos no más”…”No, gracias”. “Señor, una colaboración para irme a casa, lo que sea su voluntad” “No tengo”. “¡Lo que sea su voluntad, ah señor!”… “No, no vez que no tengo zapatos…Toma una quina y vete que no te quiero ver”.

Pero, ¡qué es lo que veo! ¡Qué hermosa gringa! Se parece a Cindy Crawford en su juventud. Es alta, como de mi porte más o menos (1.76metros), es rosadita: su piel se nota lisita; sus abdominales están trabajados y al descubierto. Y lo más sexy es el piercing de color verde fosforescente que brilla en su ombligo. Me gustaría conocerla, salir con ella, que se enamore de mí y que me lleve a su país de origen…!Yungay!.. Allí todos tienen un trabajo bien remunerado, se come bien, el Estado te apoya.

Después, me casaría con ella y dejaría el Saldarriaga inscrito en el extranjero. Viviría en una casa de campo, tranquilo, feliz, sin preocupaciones, vendría al Perú cada tres años a visitar a la familia con los bolsillos llenos de dinero y con las manos cargadas de regalos: “Para todos hay”… “yeee…” Mis sobrinos me querrían más y me mirarían como el ejemplo a seguir y no como el misio que soy para ellos. ¡Que rica la gringa con mi floro billingue de Don Juan ya la hubiera conocido! Lo malo es que está abrazando un matacojudo esperando que el fotógrafo ambulante apriete el click, salga el flash y que luego la enyuque con un precio caro por la instantánea, pero qué importa igual es linda y gringa, se le perdona.

“¿Humberto a dónde vas? Parece que te ha hecho mal la caída, jaja! ¿Qué no has visto el tacho de aquí no más?, jaja”, me reclama Valeria con sonrisa en los labios. La gringa me desconcentró y me pasé el tacho de basura. De nuevo, esas expresiones de Valeria me han puesto medio nervioso, pero esta vez con menos intensidad. Creo que estoy cogiendo confianza con ella. Con todas las chicas puedo ser espontáneo, pero con ella no puedo: estoy tieso como cuando aprendía a bailar salsa o merengue. Felizmente que ya va pasando ese síntoma, eso significa que voy bien, que voy progresando en mi cometido.
Para no quedarme callado -como que tanteo el territorio y de paso que evito todo contacto con la timidez- le respondo coquetamente: “Es que estaba pensando en ti, una chica linda, desconcentra fácilmente”

Me emocioné por lo que dije e inexplicablemente un impulso me hizo correr y hago como si jugara basket, finjo dar botes en el piso. Los vasos vacíos que los he juntado en uno solo hacen las veces de balón y el tacho tiene la función del aro. Hago una jugada de lujo, pasando los vasos por mi entrepierna y luego los paso por mi espalda terminando delante de mí, justo en posición de tiro. Estoy cerquísima al aro, miro a Vale quien me devuelve una sonrisa aprobando lo que voy a realizar. Tiro. Automáticamente alzo los brazos y simulo celebrar como los jugadores de la NBA cuando hacen el punto del triunfo en un partido que está por acabar.

¡Uyy que pasó! La sonrisa de aprobación se congeló y esa expresión cambió a un meneo de cabeza. Desaprobado. Completa su respuesta haciéndome el símbolo del “perdedor”. ¡Qué horror! Volteo y los vasos yacen en el piso, apunto de chorrear la miseria de líquido que queda. Me dejo de payasadas y los recojo; los hecho en el tacho, que repleto rechaza mis desechos. De nuevo a recoger y a echar. Lo hago, pero esta vez los hundo bien dentro de la basura asegurándome bien de que no se caigan.

¡Ajjj, me ensucié la mano con cremolada! Por si fuera poco acabo de darme cuenta que al momento de levantar los brazos para realizar el tiro, el disfraz que me quedaba estrecho se me descosió de la axila. Un arbolito descocido. “Verdecito” pide ayuda. SOS, no quiero hacer el ridículo.

La ida fue un desastre, para la vuelta no pretendo hacer algo para impresionarla, lo único que quiero es llegar a la banca y tratar de borrar la imagen de hazmerreír que le estoy dando.

Siempre que camino rápido muevo los brazos, tal cual marcha, esta vez pasa lo mismo, quiero sentarme ya y por eso apuro el paso. De pronto, mi braceo es interrumpido, alguien jala mi mano y me obliga a detenerme. Volteo y un “carasucia” me pide que le compre cigarros. Yo enemigo del tabaco y siendo un payaso ecológico, el primero en su especie, reuso a comprarle el producto. No. Estoy de mal humor, así que no me fastidies. Reacciono y descubro que no me había dejado de agarrar el brazo. “Suéltame”, le exhorté. Zafé mi derecha con tal fuerza que mi brazo salió como un resorte hacia delante, pero con la mala suerte que en ese momento un chiquito pasaba cerca de mí comiendo un chupete.

El chupete cayó al suelo y “Ñañañañañaña” comenzó a llorar automáticamente. Al niño lo acompañaba su madre que como una fiera me increpó por ser descuidado y abusivo. “! Qué te has creído para tratar así un menor! ¡Manganzonaso, te traigo a mi marido a ver si le pegas. Marica! Señora, no fue mi intención, discúlpeme, le compro un chupetito a su hijo. “Ñañañañaña”, a la voz de chupetito, el chiquillo fue llorando menos hasta que se calmó. Ey, chiclets, ven. Dame un chupete. Discúlpeme y hasta luego señora.

Ya llego, ahora sí no pasa na… ayyyy!****(recorcholis, rayos y centellas traducidos a la forma vulgar) Otra cáscara de plátano solo faltaba esto. ¡Qué cochinos son los que transitan esta plaza! Los odio. En este momento unos curiosos se han amontonado alrededor mío y aplauden y se ríen creyendo que es parte de un espectáculo de payasos que quieren recursearse. Echado con la cabeza hacia arriba, miro a Valeria que en tono sarcástico dice: “no fue un toque, fueron muchos toques los que demoraste. Me has hecho esperar mucho. No cumpliste tu palabra, el juego terminó. Nos vemos en el show. Chau, que te mejores de tus caídas y no me acompañes a tomar taxi te vayas a caer de nuevo”.

Auuu! Eso sí que me dolió. Una gran derrota para un Don Juan: Perdiste tu oportunidad. Para otra será… ahorita estoy hecho un payaso. “Señores una colaboración para este artista esforzado”. “¡Pa ya oee!”, me dicen en coro la mayoría de curiosos. Por ahí alguien se apiada, me tira una moneda y se va riendo, miro y son diez céntimos. Sólo diez céntimos, estiro la mano para tantear el corazón de un verdadero admirador del arte improvisado, pero ya no hay nadie mirándome. Me voy a casa a cambiarme, a borrar esta pesadilla… esta pesadilla real.

Humberto José Saldarriaga Pérez
Piura, octubre 2005

viernes, 16 de enero de 2009

LA SONRISA QUE NO DEJÓ DE SER SOLO UN MOMENTO

Sonreí al espacio, sin ganas, pero con alegría, sonreí vagamente, por compromiso ante un chiste malo de una amiga entrañable.

Una mirada que repasaba sin mucha atención una cola de gente esperando por su café, la hizo suya. La retuvo con una atención agradable unos microsegundos y la dejó ir. Su mirada fue como un delicioso postre pequeño, de esos que después de probar uno, quedas con las ganas de comer más hasta el hartazgo.

Mi conversación continuó con la amiga de confesiones, la amiga comprensible, la amiga de tiempos, la amiga de a los tiempos.

La sensación de ese encuentro con la perfecta extraña, aunque micropequeño, me dejó en la retina y en el presentimiento una mezcla de inocencia, de atracción, de historia de película, de química perfecta, de efecto dulce duradero, en conjunto una dosis altamente aditiva.

La anónima le echaba dulce a su café, mientras todo me parecía nuevo y acogedor en Starbucks. La gente se desenvolvía como en su casa, algunos hasta se sentían más cómodos que en sus hogares, puesto que llevaban su material de estudio y lucían concentrados, mientras mecánicamente sorbían de a pocos el café. Solo faltaba que hubiera una cama y que alguien durmiera plácidamente.


Yo era parte de la cola que ella había repasado. Cuando llegó mi turno, había mirado a todos lados, menos en las opciones, yo sólo relacionaba al local con el café, pero en sí había té, frapuccinos, jugos y otras bebidas con nombres raros.


“Me da, me da, me da”, expresé con esa premura de sentirse nuevo en algún lugar donde todos van, sin embargo mis nervios dejaron en la mente de la cajera qué me podía gustar. “Todo menos café”, agregué “¿Puede ser un té caliente?”, sugirió. “No mejor helado”, precisé. “¿Té, clásico, de la india, de yerbas?, ¿Grande, mediano, chico? ¿Cuantos sobrecitos de azúcar desea?, ¿qué marca prefiere?”, arremetió. Yo casi sin saber, respondía a lo que me sonaba más conocido, presionado por la idea de que la cola que me precedía, se estaba impacientando.


La segunda vez que me miró, yo tenía cara de zonzo y le preguntaba a la cajera qué té era más rico. Esta vez me devolvió la sonrisa y bajó los ojos tímidamente. Sentí agradable esa comunicación visual de dos perfectos extraños. Ella no me inspiraba sexualidad, más bien yo me imaginaba como un director de cine creando una historia en la que yo también era el actor y ella la musa de mis películas. Observaba cada detalle de ella y me imaginaba historias como poniéndole pausa a todos menos a ella, me le presentaba, cogía los sándwich de la despensa, nos sentábamos a conversar y nos hacíamos amigos, terminando la charla con una invitación mía para ir al cine.
Ella le echó dulce a su café con unas cucharitas especiales con las mismas que sufrí un montón para endulzar mi té, me recordaban a la única vez que comí chifa con palitos chinos. Cuando vio que seguía pidiendo bolsitas de azúcar y que seguía sin sentir dulce, ella sonreía y yo avergonzado le devolvía la sonrisa, nos mirábamos un rato más y sin saber qué hacer yo bajaba la mirada hacia al té que ya lo empezaba a odiar, mientras ella volvía a prestar atención a la entretenida conversación de su mamá, su hermana y una amiga de la familia.


También me atrajo, su forma de vestir. Tenía un estilo holgado y desfachatado, pero dentro de los cánones que impone la moda sport. Calculo que su edad no llegaba a los 20. Usaba jeans anchos, despintados en la rodilla, llevaba una correa de cuero, de esas que hacen los artesanos: una combinación de folk con urbano. La arropaba una polera holgada con capucha, multicolor, como andina, pero con arreglos modernos. Su pelo alborotado coquetamente daba visos que en una noche relativamente fría había caminado encapuchada. Confirmo que era bonita porque a pesar de estar despeinada, se veía genial.

Sus zapatillas eran de skater, anchas con combinaciones grandes en blanco y negro y algunos cuadrados y dibujos en rojo. Me sorprendió que todo su atuendo multicolor hacía juego y contrastaba alegremente con el gris invierno limeño.

En cuanto a mí, ese día me empeciné en usar una chompa que recién había comprado, pero que luego me había desanimado de usarla, sin embargo ya era tarde para regresar al hotel donde me hospedaba para ir a dejarla. En posteriores oportunidades, me han jugado bromas diciendo que parezco abuelo con esa chompa. Me sentía monótono, los colores de mi atuendo eran similares. Me sentía calvo ya que luego que me bañé, me di cuenta que no había traído peine a Lima, así que me tuve que peinar con los dedos, pero no pude hacer magia con las entradas de mi cabeza. También me sentía gordo, puesto que mi última semana en Iquitos no hubo un día que no me hicieran despedidas por mi regreso a Piura. Todas incluían grandes comilonas y cantidades ingentes de cerveza. En definitiva estaba incómodo, será por ello que mis instintos solo se limitaban a mirarla y sonreírle.

Después de unos minutos en Starbucks, perdí la cuenta de cuantas veces cruzamos miradas, ahora recuerdo las más importantes. Una de ellas fue cuando se fue al baño y me miró fijamente, ese secreto de ambos era mágico, ambos sabíamos que nos gustábamos, que nos mirábamos, que queríamos conocernos, era como una marinera. Ella esperaba mi primer paso, que dominara la situación, para ella eso en cualquier momento llegaría, por mientras le gustaba como la miraba. Yo me ahogaba en un vaso con agua y no sabía cómo conocerla, pensé en hacerle una seña para que me diera su teléfono y no pensé en esperarla afuera del baño. Cuando pasó por mi lado, apuró el paso nerviosamente y se tropezó con un asiento. Yo me reí y ella reaccionó con otra sonrisa y me miró fugazmente, mientras sus orejas rojas confirmaban su vergüenza.

Mi amiga de a los tiempos, empecinada en contarme su vida desde la última vez que nos vimos, reparó en que no le había prestado atención desde que ella contó su chiste malo y se dio cuenta que mi lado emocional estaba extasiado con algo nuevo. “¿Quién es ella?”, preguntó. “No sé”, respondí. “¿Qué y por qué te mira?”, insistió. “¿Me ha mirado?”, me hice el desentendido. “No te hagas el cojudo, se están mirando hace rato, qué piensas, ¿que he nacido ayer?”
La magia se rompió, las miradas ya no se expresarían libremente. Cuando la anónima pasó nuevamente por nuestro costado, saliendo del baño, me miró nuevamente, pero cambió rápidamente de orientación cuando se topó con la mirada de pocos amigos de mi amiga. Mientras tanto, yo me esforzaba por no mirar a la todavía “atracción de mis ojos” y trataba de llamar la atención de Doménica, mi amiga entrañable, alzando la voz del relato de mis anécdotas.

Con Doménica, la historia había ido de más a menos en cuestión de gusto, más bien, la amistad se había fortalecido, cosa que pretendía vencer para volverle a dar peso a la antigua atracción. Ella me gustaba desde que la conocí varios años atrás, cuando era aún colegiala, pero sin embargo su partida de Piura, primero a Trujillo y luego a Lima, había influenciado en su carácter. No era la Doménica inocente, juguetona y de mirada tierna, sino una Doménica desconfiada, de comentarios filosos, indiferentes y de mirada fría. La invité aunque no me hubiera llamado por mi último cumpleaños, ni en Navidad, ni en Año Nuevo, costumbre que teníamos desde que nos conocimos.

Lo hice por dos motivos. El más poderoso era que llegué en mala época a Lima: un día de semana y justo para la época de los exámenes parciales universitarios, así varios de mis amigos limeños estaban concentrados en sus estudios.

El otro motivo fue que buscaba vencer una vez más el contexto adverso que se me presentaba con ella. La primera vez que nos besamos, ella estaba con enamorado. Yo sufrí por ella, aunque siempre nos besábamos, ella quería más a su enamorado, además la reputación de pendejo que tenía no me favorecía y aunque Doménica se daba cuenta que cuando estaba con ella, mis palabras, mi actitud y mi mirada la acariciaban suavemente, no terminaba de confiar a mí.

Cuando su estado cambió a la soltería, dejó de vivir en Piura. Cada vez que coincidíamos en Trujillo o en Lima salíamos al principio como amigos y terminábamos como si fuésemos enamorados. Al final de nuestros encuentros ella sentenciaba: “Si tan solo vivieras acá” Sin embargo, desde hacía varios meses la comunicación se había enfriado, más bien fue toda una sorpresa para ella que la hubiera llamado. Ella tampoco estaba en mis planes, pero “a falta de pan, buenas son tortas”

De look también había cambiado, pero no me gustaba su evolución, parecía de aquellas chicas que se saben bonitas y que redundan en vestimentas y peinados y adornos que terminan desvirtuando ese aura natural que es de donde proviene la verdadera belleza. Me mencionaba que invertía buena cantidad de dinero en perfumes, dietas, pillings, peluqueros. Una vez, Doménica fue flaca, luego engordó notoriamente y a partir de ahí se traumó con el peso, sobre todo porque su estatura no la ayudaba.

En lo poco que llevábamos de charla me había preguntado como 4 veces entre directas e indirectas ¿cómo andaba su figura? En realidad estaba en término medio. Le respondí que había bajado bastante desde la última vez que la vi. Lo bueno, que esta invitación me estaba saliendo barata puesto que ella pidió un agua mineral y galletas integrales.

Por el contrario, ella apreció que yo había engordado con lo que sentí cargo de conciencia de seguir tomando mi frapuccino( el té de la India no me había gustado mucho), de dar otro mordisco generoso al sándwich de lomo saltado y de seguir mirando a la perfecta extraña con la que estaba dispuesto a crear una historia inolvidable.
Tenía tantas ganas de mirarla nuevamente que sentía lo mismo que cuando uno desfoga el líquido amarillo, después de aguantar por mucho tiempo las ganas de orinar. A la vez me sentía presionado por vencer mis miedos interiores.


Por fin, el agua mineral en Doménica hizo efecto. Se iba al baño. A sabiendas de que la tentación por unos momentos no tendría obstáculos, me mandó a comprar más galletas integrales. Yo con un argumento mitad cierto, mitad excusa, dije que si me paraba no habría nadie quien nos cuidara los asientos, por tanto nos lo podrían ganar y que perderíamos comodidad porque ya no habían muebles disponibles. “A tu regreso voy y compro galletitas”, agregué. “No, ya yo voy”, respondió haciéndome un gesto que ya se orinaba.

La oportunidad era en ese momento. Conforme Doménica entró al baño, con desesperación volteé a mirarla, pero justo ella estaba contándole algo a todas sus acompañantes y parecía que lo hacía bien, ya que todas estaban muy atentas. En eso, mi ex enamorada me mandó un msj. Sea como sea, donde hubo amor, aún hay ganas de responder con amor porque hay llamas que aún flamean y ese mensaje era como el combustible que las avivaba. Decidí responderle, pero cada vez que escribía miraba al frente, esperando ser retribuido.

Lo único que conseguí fue enviar el mensaje a la mamá de una amiga. La señora tenía fama de que su marido le pegaba. Yo asustado envíe un mensaje como si fuera un desconocido pidiendo disculpas por la confusión. Conservaba ese número en mi celular porque mi amiga que se llamaba igual que mi ex, cuando no tenía saldo me enviaba mensajes del cel de su mamá.

Impacientemente me volteé y sin disimulos la miré y le movía mis ojos para que me prestara atención. Terminó de hablar y enseguida me miró. Sonreímos, ya me parecía familiar hacerlo, pero ya no bastaba eso, por ello intenté decirle con gestos vagos que había esperado su sonrisa por buen tiempo, pero como yo no tengo desarrollada la comunicación gesticular, ella no entendió y sonriendo me devolvió un gesto amable para que le explicara de nuevo lo que le quería decir. Intenté decirle que lo olvidara, que me diera su teléfono. Justo cuando se reía coquetamente, su madre me miró y yo me hice el desentendido. Volteé y me topé con Doménica que salía del baño. ¡Qué rica meada que me metí!”, me dijo cuando yo para disimular estaba apunto de sorber un poco de mi frapuchino de fresa.

Mentalmente me lamentaba, estaba encerrado entre muros invisibles que me remarcaban mi debilidad: la mirada que yo no había podido catalogar si amistosa o celosa de la mamá de la chica, Doménica y la incomodidad de mi look.

Traté de olvidarla, no volví a observarla, me resigné a dejar ir lo que podía cambiar mi vida, por fin empecé a contarle a Doménica las vivencias de Iquitos, de esas historias que dan pie a opiniones y que hacen prolongada la conversación. No sé cuanto tiempo pasó, solo sé que sentí un hincón en un costado de mi cuerpo, volteé y era ella yéndose, que me volvía a mirar como intentando decirme algo, pero que se interrumpió porque su mamá le buscó la conversación.
Por las lunas del local y en medio de la oscuridad la vi insistiendo con su mirada, como si a ella también hubiera esperado hacer su historia de cuento de hadas conmigo. Sentí amor por ella, la construí en mi imaginación, la hice parte de mi pasado, formé su personalidad con retazos de canciones, me llené de ganas de amarla endiosándola con trozos de Literatura y vivimos momentos mágicos con escenas de películas románticas famosas. Todo ese momento fue eterno, pero no dejó de ser solo un momento. Su cuerpo avanzó y su mirada se perdió, yo levanté la mano disimuladamente como diciéndole hola y adiós.

Mi concentración de Don Juan, se había perdido, estaba abstraído por ella. Esa noche fue fría, Doménica me acompañó al hotel. Pensé en desvestirla, lo intenté, quería descobrarme la impotencia. Pero ella estaba dispuesta a vencer la tentación que siempre nos terminaba ganando. Quería demostrarme que había cambiado, que no era la Doménica que conocí. Yo estaba herido de muerte para acceder a esa batalla, solo funcionaba mi instinto, más no mi cerebro. Pero allí, en la habitación se necesitaba de una partida de ajedrez, de agilidad mental para conquistarla y no de una película erótica para excitarla.

Tres horas insistí y al final me sentí aplastado y decidí dormir, aunque sea vencería a mi insomnio. Cuando lo conseguía, Doménica me dijo literalmente que tenía “ganas de meterse un cague”. Le dije que lo hiciera con toda confianza y perdí el sueño y las ganas por ella. La imaginé sentada en el baño pujando y limpiándose. Ya no le quería volver a besar su mano.

A las 6 de la mañana me despertó para que la fuera a dejar a su casa que quedaba a tres cuadras del hotel. Lima amanece oscura y fría, la llovizna empapaba mi chompa y abría mis ojos somnolientos. El agua del cielo inundaba mis derrotas. Llegamos a su casa y me dijo que quería volver a salir conmigo horas más tarde. Sonreí y me di la media vuelta. Caminé de regreso pensando que la historia pudo haber sido diferente.

Humberto Saldarriaga Pérez
Piura, 22 de agosto de 2008