domingo, 27 de septiembre de 2009

"El sueño de la guanabana"

Guanábanas más, guanábanas menos venían hacia mí desde el horizonte. Guanábanas llenas de comida sin pepa, sabrosas, jugosas y robustas me impactaban dulcemente en la cara. Sus jugos bajaban lentamente hasta mi boca abierta, atónita. No me podía ver, pero si podía sentir cada parte de mi cuerpo. No podía moverme y evitar que las guanábanas me chocaran. Venían de a pocos, en cantidades variables, a velocidad constante, dando vueltas se partían conforme se acercaban hacia mí y sus refrescantes pulpas generosas me acariciaban el rostro, todo esto parecía darse como en cámara lenta, ligeramente lenta. No me preocupaba de donde venían, quién y por qué las enviaba, solo agradecía el estar viviendo tan extraño placer.

Guanábanas más, guanábanas menos me herían desde el horizonte. Ahora llegaban monstruosas, gigantescas, podridas, recién se despedazaban tras impactar con mi rostro, luego caían sus restos lentamente manchando mi ropa. En algún momento me atoré con una pepa. Mi cara se puso roja, sensible, caliente, tensa. La sal de mis lágrimas se mezcló con el jugo blanquecino y el sabor putrefacto que me bordeaban las comisuras de los labios. Quise vomitar, pero no podía, solo me daban espasmos. Era una tortura china, no podía moverme. De pronto, ya no venían varias guanábanas, sino aparecían en parejas y luego venían de a una. Hubiera preferido que llegaran en grupo. Las solitarias aumentaban cada vez más de tamaño y parecían tener espinas. Antes de perder el conocimiento por el susto, solo alcancé a ver una más grande que yo y que parecía proveniente de una violenta batalla campal entre pandilleros. Todo quedó en negro y desde el fondo apareció la palabra “guanábana”. Crecía, se ensanchaba, retumbaba y desaparecía, enseguida aparecía lejana la misma palabra en diferente color y repetía el procedimiento, aumentando el estruendo. En contados segundos, mis tímpanos colapsaron.

Verde, amarillo, rojo y negro en espiral. La siguiente imagen era la de un metalero escandinavo con la cara pintada de blanco y blandiendo un cuerno de chivo. Al costado de él, en otra imagen aparecía una bella californiana, de espalda mostrando su bikini y su piel bronceada. El sol la hacía brillar. Abrí mi ángulo visual y miles de caras me miraban al unísono provocándome paranoia. Me choqué con un anuncio que decía INHALA, más arriba posaban Jhonny Deep y Penélope Cruz. Estaba despierto, solo había tardado un poco en darme cuenta que yo había sido el autor de empapelar de tal manera mi cuarto. A pesar de la demora, todo había pasado muy rápido.

Mi cuarto estaba en un segundo piso y tenía balcón a la calle al que solo lo separaba de mi cama una mampara. Desde que desperté un sonido había acoplado mis oídos, pero fue volviéndose nítido conforme supe que estaba en mi cuarto: “!Guanábanas, guanábanas fresquitas y grandes, lleve, lleve casera, barato no más”. El anuncio mañanero del frutero se había introducido en mi subconsciente. Me reí de lo que me había pasado y salí al balcón a observarlo como publicitaba su mercancía por el altavoz, mientras las señoras y las empleadas copaban su carretilla. Horas más tarde, recorrí varias calles de Piura tratando de encontrar un refresco de guanábana natural. Estaba antojado. Solo encontré raspadilla de frutas combinada con pulpa de guanábana.

Despierto 16 horas al día por 5 días, las guanábanas fueron las protagonistas de mis pensamientos. Llegó el domingo, en la madrugada, no me aguanté, puse una muda de ropa en mi mochila y viajé de Piura a Los Órganos. Antes de partir y aún sin la luz del alba, llamé a casa de mi abuela para avisar que estaba yendo. “gordita, ¿me puedes preparar tu famoso y riquísimo refresco de guanábana?” Los adjetivos calificativos son muy poderosos. Horas más tarde, sentado en el comedor, llegó el primer vaso de refresco helado. No lo tomé en el instante. Lo analicé. Era el clásico “come y bebe,” podía oler la esencia de vainilla diluida en jugo de naranja, mientras que las pulpas despepadas de la guanábana flotaban unas y se hundían otras, como jugando. Mi abuela me había puesto una cucharita por si quería sacar los pedazos de fruta del vaso y comérmelos aparte. Saqué dos, se parecían mucho a los pedazos que acariciaban mi rostro en el sueño. Los agarré con la mano y los hice chocar contra mi cara, pero ya no era lo mismo. Me limpié con la servilleta, tomé y gocé. Los adjetivos calificativos coincidieron con la realidad.

Iquitos, 18 de agosto de 2009