domingo, 31 de mayo de 2009

PEQUEÑA TARDE TRISTE

Devastado por la juerga de la noche anterior, zombie, atontado por el sol, regreso con el dolor de cabeza curado, pero con el cebiche pasándome factura. El principio de gastritis emana aires calientes a mi boca. A una cuadra de mi pensión, cada paso es eterno, los pies los levanto por inercia. El ambiente está amodorrado y es que no es para exigirle al día más flojo de la semana, en la ciudad donde la siesta es costumbre, que a las 3 de la tarde, promueva actividad.

Algunos papeles (muy pocos a decir verdad) vuelan pesadamente con algún vientecillo disperso, los veo a la distancia, allá donde la perspectiva de mi vista no enfoca ni un alma. El resto se queda quieto. Las ventanas están encortinadas, los televisores encendidos no tienen quien los escuche, en las casas abunda el sueño. ¿Por qué es tan feo no tener carro un domingo?

Mi ánimo cíclicamente se ha ido gastando, de suerte cayó domingo. Algunas veces me pasa eso. Son días de vez en cuando que llegan sin invitación. Luego de emociones intensas y favorables, uno toca fondo de nostalgia, es como el péndulo de la vida. Y esta es una tarde de esos días indeseables. Necesito llegar al baño, aunque sé que arderá.

Por fin en mi cama! Reparo en el sopor y la modorra que llevo, miro a la ventana esperanzado en alguna corriente de aire. Mi único consuelo, bordea la desesperanza y es el aire que soplo y sale caliente. El ventilador está desenchufado, qué flojera tengo! Mejor consigo el sueño. Pero dormir poniéndome boca abajo, así por así, en una tarde, no es de mi agrado, eso lo dejo para la noche. A mi me gusta quedarme dormido leyendo y así reparo en un libro de Bukowski que está debajo de mi cama, hago un esfuerzo sobrenatural y aparece en mis manos, justo en la página donde me había quedado antes de salir a cortar la resaca.

Ni media página llevaba y aunque el americano es uno de mis preferidos, el sueño pesado ha caído, tan pesado que no me puedo mover y siento que me ahogo y grito, pero no me escucho, después de mucho esfuerzo y con la voz horrorosa puedo pronunciar alguna expresión reaccionaria. Asustado con los ojos abiertos, la piel erizada y con el ánimo a sobresaltos, vuelvo a lo de Bukowsky, pero no estoy preparado, por más que me haya cambiado de postura y caigo rendido, seco, encima del libro. Y así como cambio de posturas suceden nuevas pesadillas con distintos personajes que me oprimen. Las conté y fueron 5 en 2 horas. El libro con las páginas arrugadas por fin capta mi interés. En ese lapso, el inodoro me había acogido dos veces más.

Bukowski escribe de vicisitudes, de ser conchudo y de apetitos sexuales y es sobre esto último en lo que sin querer queriendo me oriento. Mi mente se desvía a recuerdo de senos, vaginas, anos y penetraciones. Saco la cuenta y son 3 semanas sin sexo, en mi caso es una barbaridad de tiempo. Todo ese tiempo mi mente estuvo ocupada en proyectos, pero ahora con la flojera, el miembro se me pone erecto. Y mi lado correcto dice: “no”, pero encuentra una contraparte que me susurra al otro oído: “pero son tres semanas y es solo el comienzo”. La debilidad de la carne poderosamente le añade un número negativo a mi record de 24 años y 8 pajas. Mi mano sacude de arriba abajo varios segundos, rápidamente me aburro, si quiero que esto resulte, necesito pensar en alguna fémina ¿en quién pienso? En las chicas que me gustan y con las que intercambiamos mensajes de vez en cuando, pero como no tengo algún resultado seguro y completamente favorable de ellas, me sigo aburriendo. Mi pensamiento revisa episodios y llego a la zona de las enamoradas con las que tuve sexo. No hay solución: Las tuve hace mucho tiempo, ahora tienen a quien querer y están lejos de mi morbo, más bien les albergo cariño, no se merecen esto. Sin embargo, mi miembro al borde de la deflación, se inspira fornido cuando pienso en el deseo sucio de aquellas oportunidades en las que los sexos han chocado estrepitosamente, en las que no faltan arañones, mordiscos, palmeteos y puñetazos, en las que solo importa que haya un hueco y si produces dolor, mejor. Depravación total en mi cabeza y en el homónimo del vocablo coloquial un tren líquido llega con fuerza hasta la punta.

Con el semen desparramado por mi pelvis, abdomen, manos y piernas, me cuestiono que ya estoy grandecito para pajas, he roto un compromiso, me duele porque es una de las situaciones donde más fuerza de voluntad tengo. Me ganó la impaciencia, uno de mis mayores defectos y es que son tres semanas y no es para menos, me consuelo y también me anuncio firmemente que no se repetirá. En esta tarde, el placer fue automanejable, los mensajes a la lista negra o no fueron contestados o no podían satisfacerme en ese momento. Miro al futuro y no visualizo contiendas sexuales cercanas, el cronograma esta vacío. Solo por esta vez caigo en autosuficiencias. Esta tarde necesito placer o amor, a ambas las siento en latitudes de ultramar y me entristezco. No saco cuentas sobre amor porque allí sí mi corazón está endurecido: o se ha negado o ha sufrido. En ese terreno ni siquiera he sembrado semillas, pero en este momento en el que me hayo pródigo de amor cuánto necesito un beso enamorado o dormirme abrazado.

Hago un hincapié para recordarles que no todo en mí es sufrimiento, mi alma es indomable, por ello reinvierto esa soledad en arte y siempre que puedo me proclamo defensor de la soltería, impulsador de las historias secretas, antes que formales y públicas.

Prendo la tele y me enfurezco, apago. Aguanto las ganas de sentarme en el water. Chequeo Messenger y Facebook, nada interesante, pierdo totalmente la esperanza de agradables oportunidades inesperadas. Vuelvo a la cama, panza arriba. Miro mi agenda de teléfono, no me nace llamar a amistades, tampoco tengo mucho saldo. Ya invertí buena parte de él y no precisamente he salido ganando. Juego al fútbol en mi celu, gano el campeonato y me aburro. El sol cae y Bukowski vuelve a mis manos pegajosas. Aún no estoy preparado, estoy débil y la hoja arrugada vuelve a ser mi almohada. Con el frío y la penumbra, abro un ojo porque mi cuerpo es un plomo y no da para más. Me remuerde la conciencia y me incorporo, contra todo pronóstico, me sumerjo en agua fría, es hora de la misa.

P.D: Con el hambre y malestar que produce el solo almorzar ceviche, una llamada de los amigos de cenas dominicales, me cambia los planes. Buscando felicidad inmediata, mi voluntad cae una vez más en esta tarde triste. Ceno riquísimo hasta empacharme y vuelvo a casa un poco antes de pasar al otro día. De nuevo caigo en el inodoro donde todo sale por inercia. Me lavo las manos y la cara, coloco una botella de agua en el escritorio donde me siento a contarles esta historia.

Piura, 24 de mayo de 2009