lunes, 22 de febrero de 2010

Versos sobre Cecilia

Tormenta de ideas

Cecilia es un mundo de percepciones que distingue sabores en el hielo y descifra intenciones escondidas.
Cecilia avanza lentamente, siempre a la defensiva. Se escuda con un aura amarilla cuyos bordes son el deleite de almas en pena y seres queridos fallecidos.
Cuando yo nací, se sacrificó buena parte de Cecilia. Hubo un cambio de perspectiva: pasión por el trabajo para afrontar la vida.
Cecilia habla cuando duerme, calla cuando sueña y observa cuando vive.
Cecilia aún se siente niña, pero se le va la vida con la costumbre acentuada y la esperanza aún viva…

Conclusión
Hoy como todos los días, Cecilia llegará cansada de la rutina, mirando a los costados, cerrando todas las puertas, poniéndose su bata, encenderá la tele y se quedará dormida, con el dolor en el pecho que le produce la esperanza aún viva.

Iquitos, 16 de febrero, 2010

domingo, 3 de enero de 2010

"Sexo con terror: Nena en dos anécdotas"

En una noche de su desenfrenada vida, Nena conoció un chico en una discoteca. La música fluía, el extraño le bailaba. Sus miradas hicieron magneto. Cerró los ojos. Le besaron el cuello. Luego, beberían cerveza, vodka y tequila, no se pronunció ninguna palabra, bastó el lenguaje corporal.
Perdida en el trajín de la madrugada, Nena intentó razonar cuando su DNI chocó violentamente con una de sus fosas nasales. A pesar de ser una chica muy liberal, se hacía muchos cuestionamientos morales, luego de inhalar algo de cocaína, por eso muy pocas veces lo hacía. Eso sí, las veces que se parchaba, siempre el polvo ingresaba por igual a ambas cavidades nasales, así que si al otro día habría conflictos morales, en ese momento se generaba la oportunidad de decir: si te vas a perder, piérdete bien hoy, mañana ya se verá. Avalada por esta lógica, levantó el dni y complementó el trabajo.

Había trasgredido una regla muy importante en su permisividad: nunca parcharse con extraños, ni en sitios desolados. Ya no estaban en la discoteca, pero sí muy cerca. Se escuchaba el sonido típico del fin de semana citadino. Nena saboreó con agrado la corbata amarga que se le formó. El polvo no había raspado. El agarró otro falso y se lo terminó en un santiamén. Se besaron, ni se dieron cuenta de sus labios secos y de su aliento caliente, pesado. Se tocaron, se arrinconaron, sintieron a sus sexos reclamando por sus derechos. Nena enceguecida por la pasión que encendía un dedo ajeno debajo de su falda, no resistió. Ella muy open mind decidió el espacio de la aventura: su departamento. Era una mujer independiente y le gustaba llevar los pantalones.

Ni bien llegaron, continuaron aspirando, ella una línea por fosa nasal, él otro falso entero en un santiamén. Se acabaron el pisco que quedaba en una mesa, bebieron dos vasos, mientras jugaban con sus sexos. El chico se llenó la boca de licor y le lambió despacio la vagina, esparciendo el líquido por los labios rasurados y por la cavidad lubricada. A Nena le ardió ciegamente, pero la excitó salvajemente. Se le trepó encima y comenzaron a hacer el amor desenfrenadamente. A los minutos Nena ya se había venido. Pasado el efecto del placer, se comenzó a arrepentir de su error, lo estaban haciendo sin condón. Ni siquiera se habían pedido cuidarse. Estaba en sus días fértiles, de todas formas su consuelo era tomar una pastilla del día siguiente. Nena nunca pudo precisar la cara de su pareja, sólo le interesaba cómo la tocaba.

Cuando lo conoció, ella ya estaba con la suerte echada para cualquiera. Pensó en detener el acto para pedirle que se protegiera. Era necesario, aunque fuera tarde. Sin embargo, le compadeció el frenesí con el que la movían, parecía que su pareja hubiera estado en un barco de carga aislado por meses. Sin embargo, le alertó que mientras a ella aún le latía el corazón de excitación, al pata del que ni siquiera sabía su nombre ni se le sentían los latidos. Era contradictorio. Conforme reparó en ello, los detalles adicionales que alimentaban una lógica de suspenso y terror comenzaron a aparecer uno tras otro: su piel era gélida como si no tuviera sangre, escamosa como la de la serpiente, los vellos eran más tupidos sobre todo en los brazos, pecho, piernas y espalda. Su larga cabellera salvajr, greñuda, opaca le tapaba el rostro.

Él aún no terminaba, pedía más intensidad poniendo a prueba la resistencia de Nena: “Voltéate que te toca rico por atrás” Lo dijo de manera áspera, grave, hueca, pero sobretodo, excitada. Parecía voz de pesadilla, cuando después de intentar decir una frase en mucho rato, por fin lo logras.

Nena acostumbrada a no recibir órdenes, se quiso burlar, sin embargo se detuvo por una corazonada que no precisaba motivo. Sintió miedo. Obedeció. Sólo le alcanzó a ver un pene larguísimo y flaco, venudo y blanco como piel de muerto. No era la primera vez que Nena tenía sexo anal, así que no le fue difícil que esa tremenda cosa le entrara, además en esos casos, según me diría riéndose tiempo después, importa más el grosor. Aún así, sintió un palo helado que le removió las entrañas. Un olor a azufre comenzó a invadir el ambiente incentivándole las ganas de vomitar. Los efectos del alcohol y la coca, le bajaban al estómago. Miró a la pared para pensar en otra cosa que no fuera su organismo, pues tampoco quería pasar un momento bochornoso con el desconocido. Deseaba parar el asunto y decirle que se fuera, pero le faltaba valor. Él aún no había terminado su primer round, parecía que ya llegaba desde hacía buen rato. Ella se sentía atrapada en su propia casa, trató de respirar más profundo. Otra corazonada mayor hizo apretar lo que estaba dilatando: en la pared, la sombra terrible parecía abarcar todo, se perfilaba cadavérica. El sexo se volvió más violento.

En el climax de la contranatura, el extraño movía su melena a ritmo desaforado, desafinado, in creciente, le bajaba hasta la cintura. Sus manos parecían garras y a Nena le hacían daño en la espalda. Sintió dolor, dolor intenso, la sangre le comenzó a bajar hasta la boca del ano. El semen llenó el conducto, le hervía, le ardía. El calor era bochornoso. El endemoniado comenzó a reírse, carcajeó ciegamente. Sus dientes se dibujaron prominentes en la pared. Él no separó su cuerpo, los dos juntos formaron una bestia a la luz de la mesa de noche. Nena no aguantó, no recordó más.

Cuando Nena despertó, el sol de la tarde la fatigaba, le dolía agudamente la cabeza y el cuerpo le pesaba adolorido. Estaba vestida con la ropa de la noche anterior y tapada en su cama, el cuarto ordenado, la puerta cerrada. Después de mucho cavilar si tenía el valor de levantarse o no, después de observar la nada en la imagen de los objetos que la rodeaban y después de tratar de recordar sin mucho éxito, todo el encadenamiento de sucesos acaecidos, Nena se paró para ir al baño y en su mesa comedor encontró una nota que decía “Gracias” Nada más. Aún en algunas partes olía ligeramente a azufre. Su sudor, el olor a licor y el cigarro impregnados en su ropa, la marearon más. Cayó pesadamente en el inodoro. Por un momento no supo por qué cavidad saldrían primero los desechos. Nunca le dolió el ano al defecar, pero sí le pesó varios días la presión baja y el cargo de conciencia.

La noche que me lo contó, aún prometía para la diversión sabatina. Ella había llegado de vacaciones a Los Órganos, donde yo vivía. La había conocido porque era prima de unos amigos. La madrugada brillaba con la luna llena, regresábamos a la discoteca. El lugar quedaba mirando al mar. Lo que le acababa de suceder conmigo era su segunda historia rara. Habíamos abandonado el hostal más de fuerzas que de ganas. Para complacer nuestros apetitos insatisfechos, quedamos en experimentar en la playa, luego de unos tragos en la disco. Yo aparentaba tranquilidad, pero llevaba un peso angustiante en el pecho. A pesar de la luna llena, la playa era oscura. Yo que vivía allí, siempre había escuchado historias de almas en pena que paseaban en la orilla, de gemidos, voces y susurros sin dueño. ¿Podría más nuestra arrechura?
La aventura de Nena con el coquero desconocido y la vivencia del hostal de 15 soles, prácticamente me habían dejado sin ganas de nada. Y es que mientras nos acariciábamos, concentrados el uno en el otro, con los ojos cerrados, desde el baño se oyeron sollozos. Primero no le di importancia, pero con la persistencia precisé que eran de niño. Se me bajó todo mi orgullo masculino y se erizaron mis prominentes vellos. Dejamos de hacerlo para escuchar mejor. Nos abrazamos de temor, comenzamos a hacer bulla para darnos valor. Los sollozos continuaban sin variantes de ritmo o volumen. Por fin vimos un interruptor. Encendimos la mesa de noche y poco a poco todas las luces posibles. Hicimos esa faena juntos, agarrándonos de la mano. A unos metros del baño, la bulla desapareció. Se tornó un silencio inquietante. Encendimos la luz del baño, lo recorrimos y nadie. Dejamos prendido ese foco. “¿Tú también lo escuchaste?” “¿Por qué crees que se me bajó todo?” Nos carcajeamos. Todo volvió a la normalidad.

De nuevo los besos, las caricias, el sexo oral, los dedos subían y bajaban mecánicamente, de pronto éramos sólo carne, huesos y ganas juntos. Jugué con mi sexo alrededor del suyo, se excitó y me imploró que se lo hiciera. Yo le respondí, “pero deja de decirme, chibolo,” “ya, está bien, está bien, ya no eres ningún chibolo, métela ya” A decir verdad, yo tenía 19 y ella 29. De a pocos iba profundizando mi placer en esa cavidad cálida, deseosa de visita. Hacía calor. El interruptor del ventilador estaba lejos del alcance de mis manos, mis ganas concupiscentes vencían la necesidad de aire fresco. Sin embargo, la puerta del baño se empezó a mover como si el viento la soplara ligeramente, sus visagras viejas orquestaron la música ideal de una noche de terror. Luego, una uñas comenzaron a raspar la puerta. La intensidad era constante, el volumen era el preciso como para identificar el sonido como nítido. ¿serían ratas? Se me volvió a bajar todo. Poco después de llenarnos de valor, monté en cólera, embrutecido, encendí bruscamente todas las luces y le ordené a Nena que me la chupara. Ella rió nerviosa, le bajé con mi mano la cabeza, se asustó de mi instinto cortante y obedeció. Mientras estaba parado, y ella en cuclillas con los ojos cerrados, toda mi piel se erizó como si alguien invisible estuviera detrás de mí. El silencio era estresante, demasiada calma, sólo la lengua de Nena emitía sonidos. Hablé fuerte para darme valor, ella habló fuerte para darse valor. No estábamos concentrados en lo nuestro. Con la piel erizada fui el primero en rendirme. Antes de retirarnos pateé la puerta del baño y gran puteé el cuarto, me puse rojo de cólera. Nena me calmó.

Ahora, después de muchos años, pienso ¿qué será de Nena? Dicen que sólo la primera y la última vez se recuerdan. Quizás, en Nena podría aplicarse el dicho. “la excepción confirma la regla” o quizás las anécdotas de este tipo hayan sido la primera y la última de su historial amoroso.

Iquitos, 24 de diciembre de 2009