viernes, 27 de noviembre de 2009

Hipótesis producto de la ociosidad y de conversaciones existencialistas

Tengo una hipótesis, sobre el destino y nuestro camino en la vida.

La armonía y la lógica de la naturaleza nos hacen pensar que todo está escrito en esta vida. Sin embargo, nosotros somos los que transformamos lo creado, somos autores y dueños de nuestras acciones.

Se sabe que el mundo social gira en millones de direcciones distintas porque somos miles de millones de seres singulares. En esa constante se seguirá girando hasta que nuestro peso desequilibre a la Tierra y nos perdamos en el infinito, pero eso es otro tema. A lo que iba es que el mundo es una constante de unión y desunión de gente desconocida o conocida. Esta constante, primero fortalece las acciones hasta volverlas costumbre, pero pasado el tiempo, el hombre que es un ser cambiante, se aburre y la misma constante promueve el cambio. El motor del mundo siempre ha funcionado así desde su inicio y sin parar, aunque actualmente ese motor sea un caos, esté recalentado y sobrepoblado, sigue funcionando.

En ese sentido, las casualidades de la vida adquieren lógica, pero como entre lógica y casualidad no hay química, cuando se juntan, producen confusión, pues generan las más variopinta gama de matices, y de allí muchos pensamos en que nuestras vidas tienen un inicio y un final conocidos por algún ser omnipotente que nos maneja como marionetas. Pero si fuera así, no existieran las maldades en este mundo, pues este ser nos creó con todas sus fuerzas y se demoró mucho tiempo en hacer todo armonioso y a nosotros nos hizo a su imagen y semejanza. Ese ser no toleraría, el asesinato de una criatura que es su imagen y semejanza, realizado por alguien que a su vez es su imagen y semejanza y encima manipulados por él mismo.

Nuestra vida se alimenta de lo mágico y la lógica, que como reitero son dos polos opuestos, nunca han congeniado, una le agua la fiesta al otro y el otro prefiere ignorarla por aburrida, pero para que exista esta conclusión se supone que entre ellas siempre hay situaciones en las que se enfrentan, en una de aquellas situaciones, me encontré mirando aburrido el techo de mi cuarto, pensando en nada, encontrando dilemas propios de la ociosidad de un domingo, mientras me moría de sed, me percaté que las líneas de mis manos eran más notorias y estaban llenas de nudos, era como ver la selva imponente, inundada de riachuelos que se divisan desde el avión. ¿Una casualidad o estaba escrito en mi destino que debía mirarme las manos, luego de aburrirme con el techo de mi casa? Para concluir lo siguiente tuve que ir al baño y llenarme la boca de agua. Sin sed se piensa mejor.

Dicen que el agua es vida, pues está acostumbrada a fluir en tiempo y espacio, sino se abomba. Entonces, si el agua es vida, ¿cuál es el rumbo de nuestras vidas? ¿Alguien todopoderoso conocerá nuestro final desde un inicio o nosotros construimos nuestro destino? Acabo de perder a un familiar muy querido, fue inesperado, un hombre con proyectos, que amaba la vida, resulta difícil de creerlo, por eso las conversaciones de mi pequeña y solitaria familia, ahora versan en las casualidades, la vida, la muerte, el poder de la mente y etcétera de cuestiones existenciales, en las que aún cuando parece que llegamos a la respuesta, más dudas nacen. Acostado en mi cama, resaqueado por la noche del sábado, genero el presente dilema sobre mi futuro: ¿Podré elegir los caminos de la vida o los caminos de la vida, me absorberán, previa competencia entre ellos? Y es así que como un Dios miro la tierra desde arriba que vendría a ser mi mano derecha. Todo ese enmarañamiento de líneas circunscritas vendrían a constituir toda la vida de un solo hombre, o sea yo. Pienso, pienso y pienso, he cambiado de postura para no mirar al techo y poder concentrarme. El techo solo evocaba a la nada.

Confesándome católico, pero a la vez conociendo creencias populares que no me desagradan, pretendo esbozar una hipótesis ecléctica. Para ello te invito a mirarte una de tus manos:
Pienso que uno nace con un destino final, al que le preceden varios destinos iniciales e intermedios, los que se van eligiendo de a 1 conforme vamos avanzando en la vida, por ello la respuesta de nuestro destino, la sabremos al final de nuestras vidas. Hay macrodestinos, mira tu mano, los macrodestinos son tus líneas más pronunciadas y de mayor longitud. La vida es un sorteo, donde el premio mayor, el premio sorpresa es el destino.

Como la vida también es parecida a un juego de video de aquellos en los que cumples misiones, eres un jugador que viene al mundo con una serie de virtudes y defectos, más el peso social del contexto en el que uno se desenvuelve. Estas características influyen en las decisiones que estés tomando, nunca determinan, lo único que determina algo es la voluntad y esa la tienes tú. En ese sentido y figurativamente las líneas de la vida son como ríos que se dividen y uno tiene que escoger por cuál navegar. Todos los ríos tienen caídas, pero no importa el caer, sino cómo se aterriza, lo que involucra otra decisión. Luego de esto, aparece un nuevo horizonte, que conforme se avanza, se irá dividiendo en ríos y uno tendrá que elegir nuevamente. Así se estará durante toda una vida. Al final, uno hizo su propio destino, en base a una cantidad de destinos limitados en apariencia, pero que ofrecían tantas opciones como días tiene la vida. Hay ríos grandes, ríos pequeños, ríos apacibles y tormentosos, profundos y secos, cada segundo del recorrido de sus aguas son como los rostros que se cruzan en nuestros caminos, avanzan como el tiempo, se olvidan como el árbol número 365 que miraste (nunca supiste que era el número 365, sólo lo viste pasar vagamente y lo olvidaste), mientras cruzabas el río o se recuerdan como las anécdotas del viaje. Algunos pocos rostros, toman nombre y apellido, se quedan e influyen en nuestras decisiones. Son parte del camino elegido. Eso es lo que ofrece el caudal de la vida. Al final el río se pierde en el mar y nosotros en la vida.

Iquitos, 26 de noviembre de 2009

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